Tres Cuentos de Carlos Villarino
BAJO EL SIGNO DE CÁNCER El brazo muerto no siempre está del todo muerto: a veces percibo un hormigueo leve que me toma por sorpresa. Casi no pienso en él. De hecho, sólo con esfuerzo puedo recordar cómo era la vida antes de que se apagara la conexión entre nosotros. Con el resto del cuerpo he ido ganando control en áreas que creí perdidas por completo. No ha sido fácil la recuperación, o tal vez, para no crear falsas expectativas, no ha sido fácil demorar la ruina total hacia la que me dirigía. Cuando experimento esa sensación, esporádica y casi ajena, en la que algo de vida parece habitar todavía en el brazo, entro en un vaho de melancolía. Una neblina difusa parecida a la tristeza, porque a pesar de que me esfuerzo, no puedo imaginar cómo era que, en el pasado, bebía una taza de café sujetada por ese extremo, me asía de los pasamanos en el metro o acariciaba algún rostro. Ahora que puedo verlo de nuevo, luego de algunas temporadas de estar sumergido en la oscuridad total; lo descubro