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Mostrando entradas de agosto 14, 2011

Héroe de autobús. Por Enrique Vila-Matas

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Un 26 de octubre de 1987 compré en Barcelona Ejercicios de estilo , de Raymond Queneau. No sabía nada de su contenido y me pareció que había llegado el momento de conocerlo, las mejores mentes de mi generación hablaban muy bien del libro. Subí con mi ejemplar recién comprado de Ejercicios de estilo al autobús de la línea 24, que debía dejarme en casa. Compré un billete y, por temor a que después me lo pidiera el revisor y no lo encontrara, me lo puse en la boca; pensé que así lo tendría más a la vista del inspector si éste se presentaba. En aquellos días, tenía miedo de los revisores, de los inspectores, de los interventores, de toda una serie de profesiones que me intimidaban. A mitad de trayecto, empecé a hojear distraídamente Ejercicios de estilo y vi que el libro narraba, con cien estilos diferentes, siempre la misma anécdota trivial. Sería tri

El horripilante Circo Chino. Por Norberto José Olivar

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Un relato escrito con el apremio d e los remordimientos, buscando exorcizar, con escasas palabras, el pánico que produjo al autor una incursión como espía en el terrorífico Circo Chino, en los días santos de 1975. A Noleida del Carmen, culpable… Agosto nunca significó nada en mi insípida biografía, por el contrario, solía ser fatídico, pues, perdía de vista a mis novias, amores jamás correspondidos de la prehistórica primaria, amor del cual ellas nunca se enteraron, tampoco; además, me desconectaba de mi único amigo, quedando así en la más absoluta «aburrición». Pero escarbando en la memoria en busca de un suceso vacacional —espinosa regresión, por cierto—, llegué a una semana antes de la Semana Mayor de 1975, cuando por alguna razón que no logro precisar, mi escuela suspendió clases, juntando así siete días más de imprevisto asueto a la ya tradicional celebración cristiana. ¿Al circo o al cine? Vivíamos en un pequeño apartamento de la legendaria avenida Bella Vista c

Del hedonismo o el utilitarismo gozoso. Por Michel Onfray

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Toda relación con los demás está mediatizada por una pasión, y no podemos escapar, en la hipótesis de una moral nueva, a una patética singular. Llegó el momento de terminar con la barbarie que consiste en erradicar simple y llanamente las pasiones donde se las encuentre, para vaciar al hombre de su sustancia y transformarlo en un cadáver antes de tiempo. Perinde ac cadaver, dicen todos, después del triunfo del ideal ascético en todas sus formas. "Destruyamos las pasiones", "odiemos el entusiasmo" -cuya etimología recuerda que es transporte hacia las cimas- y "muerte a la vida", enseñan todas las éticas del renunciamiento y la negación. Prefieren la paz dentro de un cuerpo abandonado por la vida, antes que la guerra en un organismo pleno de energía. Más valdría morir ya mismo y desear la rigidez de los muertos. Una ética afirmativa quiere las partes animales en el hombre hasta lo aceptable. Pretende convocar esas fuerzas en la medida de lo posible