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Mostrando entradas de septiembre 6, 2009

Ricardo Piglia. Autor de La Invasión

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Ricardo Piglia nació en Adrogué, provincia de Buenos Aires en 1941. Profesor, narrador, crítico literario, guionista. Ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de Princeton, en la Universidad de California en Davis. También dirigió la revista Literatura y Sociedad. En 1967, su colección de cuentos La invasión mereció una Mención Especial en el VII Concurso de Casa de las Américas (el jurado estaba intregrado por Mario Benedetti, Enrique Lihn, Jesús Díaz y Dalmiro Sáenz). En 1995 elaboró el texto de una ópera, con música de Gerardo Gandini, basada en su novela La ciudad ausente (1992). En 1997, recibió el Premio Planeta por su novela Plata quemada (el jurado estaba integrado por Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel). Novela: Respiración artificial (1980). Prisión perpetua (nouvelles, 1988). La ciudad ausente (1992). Plata quemada (1997). Relatos: La invasión (1967). Nombre falso (1975). Ensayos Crítica y ficción

La Invasión. Por Ricardo Piglia

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Con el golpe del cerrojo los adivinó atrás, al fondo de la celda. Siguió inmóvil, ca ra a la puerta, hasta que se apa­garon los ruidos en la sala de guardia. Entonces se dio vuelta y los encontró donde lo preveía: uno de pie, sin tocar la pared, como haciendo equilibrio y a medio ves­tir; el otro, un morocho de anteojos, tirado en el piso. Afuera le habían quitado el cinturón y el cordón de los borceguíes. Sentía la ropa floja y estaba molesto, co­mo desnudo. Caminó hacia el medio, torpemente, arrastrando los borceguíes abiertos y se detuvo, indeciso. Los pantalo­nes se le deslizaban por las caderas y los sostuvo con la mano derecha. En el fondo de la pieza los otros dos lo miraban. El más alto se balanceaba suavemente. Tocaba la pared con el hombro y volvía a despegarse. Fumaba sin sacarse el cigarrillo de la boca. El que había entrado sonrió. —Me llamo Renzi —dijo. Sosteniendo el pantalón con la izquierda caminó hacia ellos, la mano derecha extendida. —Renzi... El que estaba parado s

Santiago Gamboa. Autor de Perder es Cuestión de Método

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(Bogotá, 1965) estudió Literatura en la Universidad Javerianade Bogotá. Se trasladó a España, donde vivió hasta 1990 y se licenció en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, y después a París, donde cursó estudios de Literatura Cubana por la Universidad de la Sorbona. Debutó como novelista con Páginas de vuelta (1995), obra con la que despuntó como una de las voces más innovadoras de la nueva narrativa colombiana; después vendrían Perder es cuestión de método (1997), que supuso el reconocimiento de la crítica internacional, en sus traducciones al italiano, francés, griego, portugués, checo y alemán, y que Sergio Cabrera ha llevado al cine, Vida feliz de un joven llamado Esteban (2000), y Los impostores (Seix Barral, 2002). Es autor del libro de viajes Octubre en Pekín (2001). Como periodista, ha sido colaborador del Servicio América Latina de Radio Francia Internacional en París; corresponsal del periódico El Tiempo de Bogotá, y columnista de la revista Cromos. Ac

Perder es Cuestión de Método. Por Santiago Gamboa

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I «Todo lo que ocurre tiene un sentido», pensó Víctor Silanpa al notar que era una mañana distinta. Había t erminado los dos tomos de Shanghai Hotel, de Vicki Baum, leyendo con ojos irritados hasta el amanecer, y aún no sabía si el libro le gustaba. Ni siquiera sabía por qué lo había leído. Durante la noche había vuelto a romper la promesa de no fumar y, encima, debía empezar con la crema antihemorroidal, que lo observaba desafiante desde la repisa del baño. Miró con odio el tubito rojo, le atornilló la capucha plástica y, sintiendo un derrumbe de galerías en la psique, lo acercó a su cuerpo haciendo salir un líquido frío. El ruido del teléfono retumbó en la mesa de entrada. —¿Aló? —Silanpa sostuvo la bocina con los dedos pulgar y meñique. —Sé que es domingo pero la cosa es grave —reconoció la voz del capitán Moya—: cincuenta y cinco años más o menos, empalado en la orilla del Sisga y desnudo como un Mercurio galante. Ni un papel, ni rastros de ropa. Nada. —¿Cuándo lo encontraron? —Es

John Fante. Autor de Espera a la Primavera, Bandidni

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Escritor norteamericano nacido en Denver, Colorado. Hijo de una familia de inmigrantes italianos, estudió en la Universidad de Colorado. Representante del realismo sucio, sus novelas, ambientadas la mayoría de ellas en California, son un reflejo de la pobreza, el catolicismo en relación a la comunidad ítalo-americana y la incomunicación de la familia o la pareja. Trabajó como guionista en Hollywood y dedicó su vida a la literatura, aunque sólo alcanzó el pleno reconocimiento de crítica y público después de su muerte. Este redescubrimiento tardío se debió en gran parte a Charles Bukowski, que en 1980, exigió a su editor la publicación de una sus novelas, Pregúntale al polvo (1939). Ha escrito entre otros los libros, Espera a la primavera, Bandini (1938), Dago Red (1940), la colección de pequeñas historias tituladas, Full of Life (1952), La hermandad de la uva (1977), Dreams From Bunker Hill (1982), 1933 Un año pésimo (1985) y El camino hacia Los Angeles (1985). En 1955 sufrió la amputa

Espera a la Primavera, Bandini. Por John Fante

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1 AVANZABA dando puntapiés a la espesa capa de nieve. Hombre asqueado a la vista. Se llamaba Svevo Bandini y viví a en aquella misma calle, tres manzanas más abajo. Tenía frío y agujeros en los zapatos. Por la mañana había tapado los agujeros por dentro con el cartón de una caja de macarrones. Los macarrones no los había pagado. Se había acordado mientras metía en los zapatos los trozos de cartón. Detestaba la nieve. Era albañil y la nieve congelaba la argamasa que ponía entre los ladrillos. Se dirigía a su casa, pero no sabía por qué. Cuando era pequeño y vivía en Ita­lia, en los Abruzos, tampoco le gustaba la nieve. No había sol, no había trabajo. Ahora vivía en los Estados Unidos, en Colorado, en un lugar llamado Rocklin. Acababa de salir de los Billares Imperial. En Italia también había montañas, por supuesto, iguales que los montes blancos que se alzaban a unos kilómetros hacia occidente. Los montes eran gigantescas túnicas blancas que caían a plomo hacia la tierra. Veinte años an