No obstante, pronto se fastidió Manuela de su David. Lo miraba de lejos. El de miguel Ángel no era mejor. Decididamente tratábase de un joven delicioso. Rubio, lozano, fornido, con sus ojos morunos por la ascendencia ambateña, como acabado de salir de un estuche... Era, nadie lo ponía en duda, un magnífico ejemplar de varón que apenas comenzaba a conocer la fuerza. diríase que recién salía de la infancia y que el descubrimiento del sexo también era para él un juego. Cierto que mucho se divertía con sus tremenduras... Pero no podía tomarlo en serio. Además se había enamorado de ella, sí, perdidamente, como un escolar de su maestra, y eso, eso empezaba a mortificarla. —Manuela, no es posible que sigamos así... —¿Cómo? —Quiero que seas mía, sólo mía... —¡Ajá! ¿Vas a seguir con esa monserga? ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Y quién pagaría el tren de la casa, los sirvientes, las fiestas, los vestidos, tu propio sueldo? —¡Oh, Manuela: contigo pan y cebolla! —¡Pan y cebolla! ¿Una choza y un coraz...