En el fondo, puedo ser muy tierno, muy cálido y, a la vez,cuando se me ocurre, puedo ser también tan frío y brutal como un monstruo. Existen en mí esas dos cosas. Soy una paradoja viviente. Henry Miller. Alto, extremadamente delgado, el anciano de rasgos orientales duerme con placidez. En un momento determinado, contrae el rostro, mueve los labios como si quisiera decir algo, pero no alcanza a pronunciar palabra alguna. Si en ese momento pudiéramos penetrar en su mente, veríamos que en sueños el hombre mira su reflejo en un espejo. Está a punto de afeitarse, cuando descubre que la imagen que le devuelve la superficie bruñida no es la suya. Sabe que está loco y su destino final, inevitable, será en un hospicio. Sin saber cómo, ahora el hombre está instalado en un asilo. Más que la locura, le aterra saber que se ha quedado solo. Solo. El hombre abre los ojos y, por un momento, su afabilidad parece haberse agotado. Describir la pesadilla que continuamente le ha visitado desde hace una de...