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La Sociedad de la Nieve: Pacto de amor y vida

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 Por J. M. Sadurní Cincuenta y un años después de la tragedia aérea ocurrida en los Andes, cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya chocó contra el pico de una montaña mientras sobrevolaba la cordillera en dirección a Santiago de Chile, el director español Juan Antonio Bayona lleva de nuevo esta increíble historia de supervivencia a la gran pantalla con su última superproducción, La sociedad de la nieve, una adaptación del libro del escritor y periodista uruguayo Pablo Vierci, que llega a Netflix este 4 de enero de 2024. El libro y el film cuentan la dramática historia de los supervivientes de aquella tragedia, un grupo de personas que, contra todo pronóstico, logró superar una situación que a priori resultaba fatídica. Tuvieron que hacer frente a la falta de comida, soportar temperaturas extremas y, en última instancia, escuchar con horror cómo las autoridades los daban por muertos. Pero, aun así, lograron lo que parecía imposible: sobrevivir. Y es que aquel 13 de octubre d...

El diablo no duerme

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 Ramón "Moncho" Sabella Si hay una constante en los setenta y dos días en los Andes, y una constante que se mantuvo cuando regresamos a la civilización, es esa frase de nuestras abuelas de que «el diablo no duerme». Y como nunca duerme, hay que estar alerta. Hablo del año 72 y del presente. Yo era el que menos probabilidades tenía de sobrevivir. Era el más delgado de todos, muy bajo, con veintiún años. Tenía pocos amigos en el grupo porque venía del colegio Sagrado Corazón y no del Stella Maris- Christian Brothers, sufría bronquitis crónica y padecía mal de altura. Pero como a tantos les sucedió, fui conociendo gradualmente el poder que la mente ejerce sobre el cuerpo. Todos los rugbiers pesaban más de ochenta kilos, puro músculo, mientras que yo pesaba menos de sesenta. ¿Por qué me salvé? Primero porque nunca, salvo el día del alud, dudé de que saldría con vida. Luego porque regulé adecuadamente el gasto y la reserva de energía, y en tercer lugar porque aprendí desde el ...

Pañuelos en la Plaza

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 Por Daniel Fernández Un día antes de la partida mi madre había hecho mi torta de frutilla preferida. Esa noche le dije: «Guárdamela en el congelador, que la como el lunes, cuando regrese». Y ahí quedó. Guardadita en la heladera, intacta, porque ella no permitió que nadie la tocara. Cuando regresé el 24 de diciembre, mamá la sacó del freezer y como la cosa más natural del mundo me recordó que tenía el postre servido en la mesa, como yo le había pedido. Mientras lo comía, la observaba y pensaba: ¿qué fue lo que ocurrió, mamá? Así como mi madre siempre estuvo convencida de que estaba vivo, yo estaba completamente seguro de que me salvaría. Mi mujer, que en aquel entonces era mi novia, me decía que venir a hablar con papá la dejaba muy deprimida, porque él insistía con que el avión había pegado contra la cordillera y estábamos todos muertos: «Se les cayó la montaña de nieve encima y no los vamos a encontrar más». Pero, de todas maneras, él colaboró con la esperanza de las mujeres, l...

La cuenta regresiva

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 Por José Luis "Coche" Inciarte Yo había fijado que me moriría en la Nochebuena del 24 de diciembre. Setenta y tres días después de haber caído en la montaña. Quedaba poco tiempo. Y así como había escrito en una libretita todo lo que iba a hacer si sobrevivía, cuando me di cuenta de que la expedición final estaba por fracasar, porque tenían comida para diez días, que vencían el 22, me dije: les doy dos días más de plazo y me muero el 24. Adivinando mi intención, Adolfo Strauch, que en esa época me cuidaba como una madre, porque yo había dejado de luchar y me la pasaba tumbado en el fuselaje, dijo que no iba a permitirlo, ¡pero era tan fácil engañarlo y dejarse morir! El hecho de haberme puesto un plazo me daba, al mismo tiempo, una cierta serenidad. En esos días en el avión no se hablaba, las mentes se evadían y aquella alegría de todas las mañanas de experimentar que continuaba respirando languidecía hora a hora. Uno se miraba en los demás y el otro funcionaba como un espe...