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Mostrando entradas de julio 18, 2010

Tres cuentos de Israel Centeno

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EL VELO Me gusta cruzar las cortinas y de pronto hallarme en otro lugar, en la penumbra o en la luz, eso me comentaba Guillermo antes de emprender cada subida y al girar hacia la primera explanada. Hay un momento crucial, decía, el del sonido, es cuando comienzas a dejar de pensar ¿no te sucede? En el primer giro, en el pequeño descanso antes de encarar la segunda trocha y enfrentar el vapuleo de la brisa que se cuela tenue e insistente entre el ramaje de los eucaliptos que van apareciendo en el camino, cruje una corteza seca dentro de tu pecho y te escindes, es una locura, lo sé, pero eres uno o dos y tres, a veces ninguno de los tres anteriores; escindido, confiesa Guillermo, se me ocurrió llamar una vez a una chama que me gustaba, una de esas pequeñas que pretenden brincar de emoción cuando le cuentas algunas proezas y desafíos, en ese momento, fatigado y sudoroso, ella estaba abajo, después de los primeros doscientos metros sobre La Cota Mil todo es abajo, estaba en un lugar de la

Tres textos de Oscar Marcano

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A LOS QUE NUNCA TERMINARON NADA Eran las 11:00 am y ya estaba clavándome puñales en el bar de Tony cuando la vi entrar. Llevaba un vestido rojo y zapatos de tacón alto. Era todo un espectáculo. Atravesó el tufo húmedo del salón y fue a sentarse al otro extremo, en la penumbra. Era una aparición. Toda cuerpo. Toda pechos, cadera y piernas. Un verdadero botín. Pero los botines no se habían hecho para mí. Sacó un cigarrillo y me miró. De cualquier forma no había nadie más a quien mirar. Sólo una buganvilla floreada que Tony cultiva detrás de la barra. Cruzó las piernas. Descalzó a medias uno de sus tacones y lo empezó a columpiar. Pude ver el talón y hasta donde alcanzaba de aquel pie. Siempre me han gustado los pies. Su misterio. Su forma. Su olor. Admiré el empeine alzado y firme, y un trozo de tobillo. Los imaginé rapaces. Resistentes y hoscos. Mínimamente endurecidas las plantas por una pátina callosa. Pedí a Tony otra cerveza para fantasear sobre su olor y el dibujo de unas uñ

Dos textos de Denzil Romero

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LA ESPOSA DEL DR. THORNE (Fragmento) No obstante, pronto se fastidió Manuela de su David. Lo miraba de lejos. El de miguel Ángel no era mejor. Decididamente tratábase de un joven delicioso. Rubio, lozano, fornido, con sus ojos morunos por la ascendencia ambateña, como acabado de salir de un estuche... Era, nadie lo ponía en duda, un magnífico ejemplar de varón que apenas comenzaba a conocer la fuerza. diríase que recién salía de la infancia y que el descubrimiento del sexo también era para él un juego. Cierto que mucho se divertía con sus tremenduras... Pero no podía tomarlo en serio. Además se había enamorado de ella, sí, perdidamente, como un escolar de su maestra, y eso, eso empezaba a mortificarla. —Manuela, no es posible que sigamos así... —¿Cómo? —Quiero que seas mía, sólo mía... —¡Ajá! ¿Vas a seguir con esa monserga? ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Y quién pagaría el tren de la casa, los sirvientes, las fiestas, los vestidos, tu propio sueldo? —¡Oh, Manuela: contigo pan y