Tres cuentos de Israel Centeno
EL VELO Me gusta cruzar las cortinas y de pronto hallarme en otro lugar, en la penumbra o en la luz, eso me comentaba Guillermo antes de emprender cada subida y al girar hacia la primera explanada. Hay un momento crucial, decía, el del sonido, es cuando comienzas a dejar de pensar ¿no te sucede? En el primer giro, en el pequeño descanso antes de encarar la segunda trocha y enfrentar el vapuleo de la brisa que se cuela tenue e insistente entre el ramaje de los eucaliptos que van apareciendo en el camino, cruje una corteza seca dentro de tu pecho y te escindes, es una locura, lo sé, pero eres uno o dos y tres, a veces ninguno de los tres anteriores; escindido, confiesa Guillermo, se me ocurrió llamar una vez a una chama que me gustaba, una de esas pequeñas que pretenden brincar de emoción cuando le cuentas algunas proezas y desafíos, en ese momento, fatigado y sudoroso, ella estaba abajo, después de los primeros doscientos metros sobre La Cota Mil todo es abajo, estaba en un lugar de la