Los anticristos
Por Valmore Muñoz Arteaga
A Ángel Lombardi y Miguel Ángel Campos
Una
de las obras de arte más inquietantes que he podido conocer es, sin duda, el
anticristo de Luca Signorelli. La
predicación y hechos del Anticristo (1500-1504) es un colorido fresco del
renacentista Luca Signorelli en el cual un hombre con
atributos similares a Jesucristo lo imita para ridiculizarlo, un falso mesías, pero
este oscuro personaje no está solo, tras él, musitándole al oído lo que debe
decir, podemos ver a Satanás, con su aspecto tradicional. Las dos
representaciones asemejan a un marionetista y su muñeco, pues los brazos del
Anticristo parecen extensiones de las extremidades del diablo. A los pies de
ambos, sobre un pedestal, se amontonan fortunas y tesoros ofrendados por sus
adoradores y seguidores entusiastas: son los pecadores, que se han dejado
arrastrar por el mal. Este fresco se encuentra en Orvieto, pequeño municipio
situado en la provincia de Terni en la región de Umbría, Italia. Esta obra
espesa y profunda parece haber movido la sensibilidad humanista de Mariano
Picón Salas (1901-1965) en 1937. Una nota hace constancia de ello: Los
Anticristos. En esa nota, el pensador merideño, deja constancia de su honda
preocupación por el avasallante paso de los anticristos por Europa ¿Quiénes son
estos anticristos? “Conoceréis el Anticristo en cuanto encarna la pasión fría,
cultiva la discordia entre los hombres y opone a la religión del Evangelio otra
en que predomina la corrosiva violencia”. En 1937, Picón Salas no podía tener idea
de lo que vendría, del horror que despertarán estos anticristos. Estos pilotos
del furor y del instinto desatado, símbolos y realizadores de ese como submundo de lo humano, llenos de
resentimiento y confusión mental. Nadie lo pudo sospechar. Nadie podía imaginar
que el hombre sería capaz de llegar a tanto movido por una ideología, por un
proyecto ideológico que bebía de las mismas raíces del mal, y es que, el Mal
existe, es real y brota en el alma humana a partir de la caída del hombre en
brazos de la soledad siempre árida del mundo. Ese mundo que logró generar la
más brutal de las esclavitudes, la del vacío existencial.
Estos
anticristos que amasan fortunas y poder a partir de la ceguera que la
frustración económica y social genera en muchos, han olvidado que la verdadera
vocación del hombre, vocación inicial y original es la bondad. Todos,
absolutamente todos, hemos nacido para la bondad, para el bien, a Dios le
pareció que todo lo creado estaba bien desde el principio. Nadie nació para ser
un criminal, nadie nació para ser un torturador, nadie nació para ser un
asesino, nadie nació para engañar, para «como sea» vulnerar la dignidad humana
y sus derechos. Todos nacimos para amarnos, dirá en una homilía Mons. Oscar Romero,
para comprendernos. Sin embargo, estos anticristos insisten en regodearse en
sus perversas oscuridades, insisten en señalar a Barrabás como su libertador y
seguirlo, aunque éste tan solo sea una sombra perdida en los evangelios. Los
anticristos que describe Picón Salas no difieren mucho de los anticristos de
hoy. Siempre es lo mismo: el mal no cambia, no es capaz de crear, de ampliarse
y fructificar como sí lo hacen el bien y el amor. El mal siempre es el mismo, solo
cambia de nombre. Estos anticristos de hoy, al igual que los de ayer, son
devoradores de la carne del hombre, pero también de las obras de su espíritu.
Son dueños de una violencia interior, de un turbio delirio de poder por el
poder mismo. Dueños de una estupidez infecciosa, de una malaria del alma, de
“un cáncer que invade de retórica purulenta”. Estos anticristos solo tienen
palabras más o menos logradas para despertar en almas más o menos logradas un
aplauso, un festejo, una felicitación, una aceptación. Anticristos y
seguidores, enceguecidos por pasiones elementales, niegan en el hombre –y en sí
mismos– las chispas de divinidad que primordialmente tenemos, y esa chispa, ese
brote sublime nos hace un «alguien» más allá de una raza, una nación, una
ideología, un partido político.
Algunos
de estos anticristos buscan esconderse tras un discurso sin sustento,
poéticamente vacío, frondoso en lugares comunes, que dicen tanto para no decir
nada, en especial porque frente a sus narices cada vez más hinchadas de
soberbia, la vida pierde su sacralidad erosionando la ritualidad profunda del
misterio divino expresado en el nacer, en el morir, en el vivir. Cierro los
ojos y vuelvo al fresco de Segnorelli y a su anticristo señalando las virtudes
del dinero y del poder. Sin embargo, las palabras certeras de Mons. Romero me
sacan del sopor vergonzoso para decirme que el dinero no es malo, pero que los
hombres egoístas son los que lo hacen malo y pecador. El poder, me dice
también, no es malo, pero el abuso de los hombres ha hecho del poder algo
temible. “Todo ha sido creado por Dios, pero los hombres lo han sometido al
pecado”. Materias sin alma que arrasan sin pudor alguno a cada hombre que es,
como sabemos, imagen de Dios, el mismo Dios que mencionan sin ningún tipo de
escrúpulo, de vergüenza, lógicamente, en su praxis Dios nada significa, pues,
ellos, estos anticristos, son materia sin alma, y la materia solo responde a la
finitud de la materia, ellos, ellos sí nacieron para la muerte. Solo son
capaces de la muerte.
Anticristos
que han licuado su ser-estar aquí a
ideologías siniestras, las mismas de siempre. El siglo XX nació albergando en
su racionalidad los huevos del basilisco. Las semillas que dieron origen a las
ideologías del Mal, que llenaron al mundo, al propio mundo que las amamantó, de
miserias que condujeron al hombre a los crímenes más abominables y que han
hallado en el hambre, la pobreza y la negación del conocimiento pleno sus
manifestaciones modernas. Ideologías que hoy se han confundido en un mismo
veneno. Ideologías derramadas inicuamente sobre Venezuela que se han venido
manifestando a través de una amarga subversión a los derechos, bienes y
propiedades de todos. Ideologías que León XIII señaló como mortales
pestilencias que se infiltran en las articulaciones más íntimas de la sociedad
humana, comprometiendo y poniéndola en peligro de muerte. Nuestros anticristos
beben de ese veneno y se lo dan a beber a sus seguidores.
Sin
embargo, dice Picón Salas, creer en la Justicia es ya una manera de realizar la
Justicia. “Lo que importa en esta hora trágica del mundo [y de Venezuela, digo
ahora] es que los espíritus que tienen fe en el destino del hombre y de la
Cultura sobre las banderías rencorosas que quieren imponernos su violencia, no
pierdan la cohesión y el fervor”. Somos muchos los que, cada quien desde donde
le corresponda, estamos dispuestos a dar la batalla por la defensa de la
persona y la dignidad humana. Somos muchos los que creemos en la inteligencia
contra la ceguera irracional de la violencia y la fuerza. Somos muchos los que
todavía escribimos la palabra Dios pensando en la sangre compartida de los
mártires. Ese mismo Dios que, a diferencia mía y de ustedes que me leen, no
tiene complejos de inferioridad, es soberano, verdaderamente soberano y lo
puede todo, pero, al mismo tiempo, es justo y misericordioso, por eso mismo,
Mons. Oscar Romero vuelve a decirles a todos estos anticristos que todavía están
abiertos para ellos el camino de la amistad y la fraternidad, a los que tienen
la conciencia intranquila porque saben que han ofendido a Dios y al prójimo:
“que no pueden ser felices así, que el Dios del amor los está llamando. Los
quiere perdonar, los quiere salvos”. No busquen más afuera y penetren en ese
santuario íntimo de la conciencia, celda privada que todos los hombres tenemos,
allí, en esa íntima soledad, hablen con el Señor. Cristo los ama, pese a la
burla que han hecho de Él. Los ama, no los odia. Los ama y anhela sacarlos de
las garras terribles de la idolatría, “de las falsas posiciones, para buscar un
verdadero camino, donde puedan encontrarse con la misericordia que Dios está
ofreciendo, para perdonarlos, para justificarlos […] La esperanza verdadera no
está en una revolución de violencia y de sangre, ni la esperanza está en el
dinero y en el poder, ni en la izquierda ni en la derecha […] La liberación que
se grita contra otros no es verdadera liberación. Liberación que procura
revoluciones de odio y de violencia, quitando la vida de los demás o
reprimiendo la dignidad de los otros, no puede ser verdadera libertad”.
El
bien siempre vence al mal, pero el mal siempre nos amenazará con volver con
otro nombre si no somos capaces que buscar la verdadera libertad que solo viene
de la trascendencia. En mi caso, Cristo es esa trascendencia y en Él desahogo
mis penas, mis preocupaciones, mis angustias y mis esperanzas. El dolor y el
sufrimiento no los apagan las promesas de fortunas y poder, menos todavía si
nuestras esperanzas son mayores que esos dolores y sufrimientos. Por ello,
citando una vez más a Mons. Romero, quien arribará al primer centenario de su
nacimiento el año próximo, digo ánimo, queridos perseguidos, torturados y todos
aquellos que esperan una patria mejor y no ven horizontes. “Los sufrimientos
son condición de la redención que no se ganó sino con un Cristo clavado en la
cruz, pero después vino la resurrección, y en el corazón de Cristo nunca se
apagó la certidumbre de que el mundo iba a ser redimido a pesar de su fracaso
aparente”. Hermanos anticristos, hijos de Barrabás, recuerden que Barrabás, a
pesar de todo, fue el primero por el cual Cristo entregó su vida.
Paz y Bien
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