“Cuando haya logrado inspirar el asco y el horror universales, habré conquistado la soledad”. Estas palabras de su diario íntimo son una de las pocas profecías de Baudelaire que jamás se ha cumplido. En cambio, la vida y la obra de este artista que se sintió siempre un maldito, son hoy fuente de ternura y respeto, de admiración y fraternal compasión, hasta el punto de convertirlo, más de ciento treinta años después de su muerte, en uno de los más leídos y estudiados de los grandes poetas franceses, en una suerte de alma gemela y hasta de hermano para todo aquel que profundiza en su obra. A diferencia de un Victor Hugo o de un Lamartine, los gloriosos y benditos poetas de su época, la obra de Baudelaire continúa suscitando inagotables interpretaciones y el fervor de las más novedosas lecturas e interrogaciones. Y esto se debe, sin duda, a que la literatura francesa anterior a la suya, en su conjunto, recompensaba la virtud, o sus apariencias, y castigaba el vicio, o aquello que como tal...