Los bufones de Dios

 Por Valmore Muñoz Arteaga


Los bufones de Dios es una novela del escritor australiano Morris West (1916-1999). Una novela que trata sobre los hombres que, a pesar de todas las innumerables dificultades que se le presentan en la vida, se niegan a perder su fe y su afirmación personal en Cristo. Una novela compleja en sus primeras páginas, a veces pesada, pero que termina haciéndose ligera sin perder la profundidad del tema. Sin duda, de allí tomo el título para estas líneas que, en este momento, no sé qué tan breves serán. En todo caso, se intenta desarrollar una idea muy distinta a la trabajada en la novela. Los bufones de Dios de los que pienso reflexionar son otros muy distintos, pero más simples y en cuya peregrinación he aprendido a comprender la simplicidad de un amor que sólo puede provenir de una esfera más allá de lo terrenal. Ahora bien, comencemos por comprender qué es un bufón y cuál fue su origen en la historia de los hombres.

Los bufones eran personajes que servían para divertir a las personas. Hoy los veríamos como los payasos, pero los bufones tenían una cualidad más elevada podríamos decir. Aunque se desarrollaron desde los tiempos de la Grecia clásica a través del teatro de Sófocles y Eurípides, pasando por los tiempos de la poderosa cultura latina en las obras de Séneca y Suetonio, su connotación más resaltante la alcanzará durante la Edad Media cuando se desempeñaron como personajes que divertían a los miembros de la corte del rey. Así que, la imagen más clara que tenemos de estos personajes, a veces grotescos, era que divertían a lo más elevado de la sociedad medieval. De tal manera que, también podríamos decir, se trataba de un ser humano que llegaba a utilizar sus defectos físicos como camino para divertir a su superior. Triste vida la de los bufones del rey: arrancar carcajadas de sus miserias y penas. El gran Diego Velázquez, pintor oficial de las cortes de Felipe III y Felipe IV, desarrolló en su pintura el documento gráfico, psicológico e histórico sobre los bufones y su realidad más importante de todos los tiempos. Quizás, de allí, de sus cuadros viene toda la imaginería que envuelve a estos personajes que entraron en nuestra cultura actual por medio del cine, de las grandes propuestas cinematográficas que recreaban escenas de la vida de palacio en el medioevo.

También es oportuno recordar a aquel bufón que anunciaba la muerte de Dios en el libro de Nietzsche. Más que muerto, asesinado por el nihilismo de los hombres. El bufón lo veo acá como ser que, por medio de sus bufonadas, nos hace entrar de nuevo en la dinámica de la realidad de la que nos distraemos por nuestros afanes egoístas e individualistas.        

Aunque pueda sonar extraño, éstos bufones son los que me han ayudado a descubrir que todavía existen en la actualidad, que todavía andan por allí haciendo reír a las personas, muchas veces, por sobre sus propios dolores, penas y angustias. Bufones que tienen como modelo, conscientes o no, a San Francisco de Asís quien gozaba mucho del canto cuando los tiempos eran abrumadores y siempre gratificaba con su sonrisa simple, sencilla, su sonrisa de cielo azul, abierta a todos. Bufones que se aproximan mucho al espíritu de los místicos, aquellos que hicieron de la vida y su relación con los demás un camino de conocimiento y experimentación de Dios-Amor. También, si queremos verlo de una manera más sencilla, más al estilo de estos personajes, los bufones de Dios son aquellos que hacen gala de una amistad con Cristo, aunque muchas veces no estén al tanto de ello.

Pero, de ser así, entonces, ¿cuál es el rey a quien sirven y cuál es la corte con cuyas gracias harán desternillar de la risa? Volvemos a San Francisco de Asís o, si lo preferimos, a San Vicente de Paúl, también podemos mirar a San Martín de Porres, más recientemente, Santa Teresa de Calcuta o, sencillamente, escuchar con atención al Papa Francisco para poder comprender cuál es la corte a la cual sirven estos bufones de Dios. Los bufones de Dios son, en primer lugar, servidores, son servidores del Rey, el Rey de Reyes, pero a diferencia de los anteriores monarcas de la tierra, éste Rey goza con el gozo de los más pobres, de los desplazados, de los descartados, de los que quedan siempre afuera, los olvidados, los reemplazados, los marginados por el poder. En ellos, en las sonrisas de ellos, los bufones de Dios encuentran esa pequeña llama que continúa ardiendo a pesar de la frialdad de estos tiempos. En segundo lugar, el corazón sufriente de los pobres se encuentra el trono del Rey, en los barrios marginados de la ciudad se encuentra el reino, la nueva corte, a la que sirven estos bufones, ayudando a encontrar en la sonrisa la inocencia del alma que la cruda realidad busca exterminar. 

¿Cuánto puede valer la sonrisa de un niño con hambre? ¿Cuánto la sonrisa de unos padres heridos en lo profundo ante el sufrimiento de sus hijos? La sonrisa que puede arrancarse de quien sufre en extremo las consecuencias del mundo es señal inequívoca de que Dios sigue en nuestra historia, acompañándonos, levantándonos, ayudándonos a hallar de nuevo el camino por medio de una sonrisa, y es que el corazón del hombre que sonríe es un corazón de carne y no de piedra. De tal manera que, buscar en lo profundo esa sonrisa, significa colaborar con Dios para que la civilización del amor sea una realidad por alcanzar y no una utopía inalcanzable. Los grandes edificadores de la civilización del amor son los bufones de Dios, es decir, los hombres y mujeres empleados por el corazón amoroso del Padre para que sus hijos no pierdan el rumbo de la felicidad, la verdadera, aquella que nace de su presencia en nuestros corazones y no en la obsesión banal a la que nos arroja la cultura del consumo. 

Para ser un bufón de Dios tan sólo se necesita olvidarse de sí mismo, de nuestros males y pesares confiados en que en el servicio se puede alcanzar el aliento para seguir caminando, a pesar de tantas adversidades. Estos bufones sirven desde diversos espacios donde acceder al hombre, por ello los vemos en el corazón de un médico, de un maestro, de un policía, de un arquitecto, de un actor, de cualquiera que tenga ansias de aquietar su corazón en la mansedumbre del Señor. Los bufones son misioneros de la misericordia que se abre paso por medio de la sonrisa de los inocentes. Mientras ellos sigan con sus bufonadas habrá espacio en el mundo para el levantamiento de una mejor humanidad, pues ellos son y serán siempre su corazón palpitante, vigoroso, amante. Benditos sean los bufones de Dios que en su espíritu hallamos siempre la posibilidad de reencontrarnos con Cristo para pedirle que se quede con nosotros. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios

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