Dilatar el corazón ¿en política?


Por Valmore Muñoz Arteaga

Chiara Lubich fue una pensadora católica italiana, fundadora del Movimiento de los Focolares y, en estos momentos, se busca su beatificación. En alguna oportunidad escribió sobre la necesidad de que el hombre dilate su corazón a la medida del Corazón de Jesús. Esto nos conduce a establecer una nueva mentalidad caracterizada por la apertura, lo que pudiera concretarse al sintonizar nuestra vida con el sabor del Evangelio. El Evangelio es un testimonio vivo y ardiente que nos invita permanentemente a dar un paso decidido más allá de las barreras dentro de las cuales estamos secuestrados por las ideologías. Una nueva mentalidad que contribuya a hacer brotar de la tierra la radiante claridad del sol, así como lo cantó Esquilo en su Euménides: “Aceptaré la vecindad de Palas […] Sobre [la ciudad] yo imploro con predicción gentil ¡que la feraz prosperidad de una vida provechosa haga brotar de la tierra la radiante claridad del sol!”. Aceptar la vecindad es el fruto maduro de dilatar el corazón.

Sin embargo, ¿esta propuesta tendrá cabida en el discurso político actual? Un discurso ahogado en la violencia, en la prepotencia abrumadora del desconocimiento del otro, de su anulación, en la patanería vulgar, muchas veces rastrera. Discurso que no es capaz de comprenderse desde la limitación humanamente comprensible, sino desde la soberbia histérica. América latina ha entrado en una dinámica lamentable estableciendo un insoportable abismo que pretende dividir la realidad entre dos visiones aparentemente irreconciliables: izquierda y derecha. Dos visiones que solo parecen aceptar la vecindad de su igual y no la del otro, sospechoso siempre de algo que todavía no pasa, pero podría pasar. En ese podría se nos ha ido el tiempo y, en muchos casos, la vida. Ese podría que nos tiene estacionados en un instante de la historia que ni retrocede, ni avanza.

La izquierda solo es capaz de comunicarse con la izquierda. La derecha solo es capaz de comunicarse con la derecha. Entre unos y otros: el abismo, es decir, donde se fragua el futuro de millones. Una batalla que ha dejado un camino extenso de muerte y oportunidades perdidas. Dos bandos que no se entienden, ni tienen la voluntad para hacerlo. Izquierda y derecha, las ideologías del mal de las que nos advirtió San Juan Pablo II. Ideologías que se aman hasta el extremo del desprecio de Dios. Ideologías que, como serpientes audaces, nos dicen al oído que seremos como Dios en el conocimiento del bien y del mal (Gn 3, 5), decidiendo por nosotros mismos aquello que está bien y aquello que está mal. El amor sui explicado por San Agustín.

Vuelvo a Chiara Lubich en su idea de dilatar el corazón como posibilidad política, pero para ello se requiere hacer un ejercicio que compromete seriamente: deponer las armas de una razón sustentada en el amor propio e intentar ver al otro desde otra dimensión. Particularmente desde la aceptación moral del fracaso que ha implicado contemplar al hombre, a la realidad y a la historia desde una perspectiva reduccionista. La aceptación de una dimensión que establezca estas dos visiones del mundo, aparentemente disímiles, desde una perspectiva de complementariedad. El bien común, es decir, la claridad de la que habla Esquilo, solo puede hallarse en la medida en que los principios que representan la izquierda y la derecha se comprendan y comiencen a cooperar entre sí. Un bien común que rompa de raíz con la polarización que se ha tejido en las últimas décadas. La historia nos ha mostrado cómo, ambos proyectos, ensimismados en su egoísta interpretación del hombre y la historia, han fracasado estrepitosamente. Entre otras cosas porque no son capaces, por sí mismas, de comunicar el amor.

El Papa Francisco, describiendo a San Francisco de Asís, nos demuestra que es perfectamente posible evitar, de una buena vez, esta guerra dialéctica que imponen nuestras doctrinas y aventurarnos a la comunicación del amor que se sostiene sobre el hecho de que “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4, 16). De ese modo, asegura, fue San Francisco un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque solo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre.

La derecha y la izquierda, si somos capaces de verlas sin apasionamientos, pueden perfectamente complementarse. Si nos acercamos al campo de las representaciones notaremos cómo la derecha significa: autoridad, rectitud y rigidez. Políticamente hablando, se ha movido de arriba hacia abajo tratando de mantener el orden. Une lo disperso sin desviaciones de ninguna naturaleza. ¿El resultado? Precisión, orden y obediencia. La izquierda, por su parte, significa: impulsividad, irreverencia y creatividad. Contrario a la derecha, se ha movido de abajo hacia arriba. No es concéntrica, como la derecha, sino excéntrica, por ello, no busca la unidad, sino la multiplicidad. Dos fuerzas radicalmente opuestas al servicio del hombre moderno, incapaz de conciliar los contrarios. Allí nuestro drama.

En la antigüedad se tenía bastante claro que, para poder asir bien las cosas, se necesitaban las dos manos, pues se necesita tanto la fuerza del orden y la conservación como la del cambio y la revolución para un verdadero progreso. Sin embargo, la Modernidad aplastó esta racionalidad imponiendo la confusión y la desunión. Por ello, volviendo a Chiara Lubich, estamos llamados a volver al único principio unificador que es el logos por medio del cual podemos edificar el bien común, esto ya lo había advertido Platón. Un bien común que se alcanza estimulando el bien hacia el enemigo ideológico, es decir, amar  a cada uno que se nos acerca como Dios lo ama, afirma Lubich. El logos que debemos recuperar es Jesucristo, única salida a la encrucijada política en la que nos encontramos. Abrir nuestra mente y nuestro corazón a aquellos hombres y mujeres que nos presenten esta posibilidad que, dicho sea de paso, es verdaderamente una alternativa posible, objetiva y concreta. Paz y Bien.

Conoce a Chiara Lubich;



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