La caridad es la plenitud de la ley

 Por Valmore Muñoz Arteaga


Escribe el Apóstol en su Carta a los Romanos que “la caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (13,10). Esta sentencia de San Pablo, al mismo tiempo que se proyecta en el plano espiritual y ascético, nos invita a profundizar en las peculiaridades del ordenamiento social y político, ya que encauza la vida cotidiana de la Iglesia, que el Concilio Vaticano II definiera como una comunión, esto es, según el espíritu que se desborda en el Nuevo Testamento, participación conjunta en experiencias como compartir las bendiciones del Evangelio. Y cuando hablamos de Evangelio, no nos referimos a la experiencia vivida entre líneas de un libro, sino de Cristo que es vida que vive en el propio ardor de la vida.

Por otro lado, la palabra ley, viene del latín lex y su genitivo legis, que se refiere a escoger o elegir fundamento de palabras como leal, legal, legítimo y legislación. Asociada, en este caso a la justicia, recordemos acá que, ante todo, el universo de lo jurídico en Occidente nace en el ius, de la filosofía griega y de la jurisprudencia romana; este a su vez, da origen a la ius-titia y llama ius-tus al hombre que se ajusta a ella. Entonces, tenemos acá que es justo el hombre que se ajusta a la ley. Esto cobra una relevancia particular cuando en el Evangelio de San Mateo, Jesucristo afirma, luego de enamorarnos con las bienaventuranzas, “«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos". Jesucristo, que es el Evangelio, no vino a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud. Jesucristo es la plenitud de la ley.

Sobre estas cuestiones, Antonio Rosmini desarrolló su cadena de oro entre 1839 y 1857.  Nos referimos a los Discursos de la Caridad, cinco pláticas que pronunció con ocasión de la profesión religiosa de sus hermanos del Instituto de la Caridad. Las pláticas tienen un único tema que es la consagración total a Dios mediante la caridad. En estas pláticas deja bastante claro Rosmini que es Jesucristo el autor y objeto de la caridad que, a su vez, es la perfecta justicia que quiera la voluntad divina y se abandona a la Providencia. ¿Por qué la caridad es la plenitud de la ley? Porque Jesucristo es el objeto de la caridad, es la caridad misma y los aspectos vinculados a la justicia sólo son conocidos por la nueva luz que es Cristo. Por lo tanto, y volviendo al inicio de este texto, sin caridad ningún cristiano es justo.

En este sentido, es el hombre, individualmente, el que actúa según una voluntad constante y permanente hacia lo que es justo. Cuando fui nombrado decano de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad Católica Cecilio Acosta, una de mis primeras reuniones fue con el personal de Consultoría Jurídica. Allí recibí una lección que me marcó profundamente, ya que me alteró las concepciones jurídicas de las que, a duras penas, gozaba. Allí se me dijo que si me ajustaba plenamente a la ley terminaría por cometer injusticias. Mis oídos no daban crédito a lo que escuchaba. Para ser justo, en algunas ocasiones, tenía que desobedecer la ley. Quizás no desobedecer, pero si aprender a interpretarla según el contexto. Ahora bien, esto supone algo muy complejo: ¿cómo hacer una interpretación correcta de la ley?

Aquí vuelvo a Rosmini para comprender que el conocimiento de Cristo (Flp 3,8), es conocimiento repleto de vida eterna (Jn 17,3) y no un conocimiento fragmentado al que puede someterme la ley de los hombres, por muy justa y necesaria que esta pueda parecer. Comprendiendo que esta es fundamental para establecer un orden social, pero también comprendiendo que ningún conocimiento parcial puede llevar a la salvación, ni a la realización. “Pero nosotros, hermanos, vivimos bajo la ley de gracia, escribe Rosmini, vivimos en un tiempo, en el que todo el ser humano ha cambiado como era, puesto que los cielos y la tierra se han renovado. Pues Jesús vino a hacer comprensible de alguna manera al que de suyo era incomprensible para los hombres”.

El Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, nos reafirma en la experiencia de sentir y dejarnos sentir por nuevos vientos, pues nos invita, no sólo a conectar íntimamente a Cristo con Dios, como acentúa la teología protestante, sino también con el hombre: “… el misterio del hombre se ve en su propia luz sólo en el misterio del Verbo encarnado. […] Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad…”. La luz de Cristo, que es plenitud del hombre, nos hace sensibles a los problemas del hombre, del mundo actual, de los tiempos que corren, pero también conscientes de la responsabilidad que tenemos. Jesucristo, que es la plenitud de la ley, ya que nos abre a una sensibilidad que es una nueva luz para vivir las contingencias de nuestro tiempo.

Escribe Garcilaso de la Vega: “En el alma, Señor, una caricia tuya / un beso de tu amor y una sonrisa, / para llenar mi vida de ambiciones, / tu ambición y tu gloria, y tu alegría, / tu alegría, Señor, que yo entreveo / cuando te siento sembrador de amores, / porque sólo por mí creaste el cielo / y sólo para mí nacen las flores”. Caricia que se volcó en el corazón de Antonio Rosmini cuando, abriendo su pecho, nos dice “pero también os hablaré de la alegría que invade mi corazón, acercándoos a la sociedad del amor como dentro de la puerta mística de la que dice el salmo: Esta es la puerta del Señor: por ella entran los justos (Sal 117, 19). Y  te felicitaré por la preciosa gracia que tu Señor te concede”.

Las circunstancias de la justica u ocasiones de justicia, señala Paul Ricoeur, no son más que una práctica social que tan sólo es una parte de la actividad comunicativa. No es la totalidad. No es la plenitud, ya que sólo la caridad le brinda esa plenitud. La caridad es conocimiento puro, puesto que la Filosofía¸ madre de toda ciencia, no sólo es “amor a la sabiduría”, sino la sabiduría del amor. Aquí se abre ante la figura de San José, a quien el Papa Francisco nos ha pedido contemplar, quien fue un hombre justo, es decir, correcto, cumplidor de la ley de esa época. Hacía todo correctamente, vivía una vida recta. Apartado del mal, obedeciendo la Palabra de Dios. Seguramente en su trabajo, en sus relaciones, con su familia, era una persona honesta, confiable. Nada malo se podía decir de José. Fue un hombre justo porque su justicia se reflejaba en su carácter y su prudencia en sus decisiones, por eso no utilizó el embarazo de María (que al momento parecía ser un pecado según la ley) como una manera de exponerla para él parecer más justo, sino que pensó en dejarla secretamente. No era justo por ajustarse a la ley, sino al plan de Dios, que es amor, “y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.

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