Importancia de la escuela católica

 Por Valmore Muñoz Arteaga


¿Sabes qué es la verdad? Estoy seguro de que sí. Estoy convencido de que, efectivamente, lo sabes. Lo sabes tú y lo saben todos. De tal manera que, la pregunta, quizás sea necia. Pido perdón. Ahora, si lo sabes, si sabes qué es la verdad, entonces, ¿la reconoces cuando la tienes ante tus ojos? ¿Reconocemos la verdad cuando nos habla directamente a los ojos? Aquí las cosas toman otro color, otro sabor y otro aroma y, precisamente por ello, quisiera resaltar en estas líneas la importancia de la escuela católica. Sin embargo, antes de entrar en el punto, me gustaría compartir dos experiencias que, si bien es cierto, no me llevaron a pensar estas cuestiones, pues ya las venía pensando, sí me exhortan a esta reflexión que ahora comparto.

El 31 de julio de 2024, la OEA tuvo una reunión extraordinaria. La razón de la reunión: la crisis venezolana agravada por los resultados de las elecciones presidenciales del 28 de julio. El punto central de la reunión, exhortar al gobierno venezolano mostrar la evidencia que justifica el resultado brindado por el CNE. Nada más. Resultados que no ha mostrado hasta este momento. No se trataba de pedir otra cosa, tan solo mostrar los resultados. Sin embargo, el resultado de la reunión dio al traste con la exhortación. ¿Qué pasó? La respuesta en mi segunda experiencia. Salí a comprar carne. Llegué a tres carnicerías. En ninguna había carne. No ha habido distribución me afirmaron en las tres. Sin embargo, cada una dio una versión distinta que dejaba muy en claro su posición ideológica. Me causó gracia. Recordé a la OEA. Ahora bien, si todo terminara allí, quizás no sería tan llamativo, al menos para mí. Lo que lo hace llamativa es que aquel que reciba esas respuestas la interpretará, no a la luz de la verdad, sino bajo la sombra ideológica.

Entonces, ¿por qué resaltar la importancia de la escuela católica ante esto? Porque ella entre de lleno en la misión salvífica de la Iglesia sabiendo que “la conciencia psicológica y moral son llamadas por Cristo a una simultánea plenitud como condición para que el hombre reciba convenientemente los dones divinos de la verdad y de la gracia”, con estas palabras lo recoge San Pablo VI en su Carta Encíclica Ecclesiam Suam. En otras palabras. La Escuela Católica tiene una misión intrínseca, no solo ser una cooperadora de la verdad, sino ayudar a formar conciencias inclinadas existencialmente a cooperar con la verdad. La metáfora, por supuesto, no es mía, la fórmula cooperadores de la verdad, es tomada de la tercera carta de san Juan, que nos propone acoger a todas las personas, para hacernos colaboradores en la obra de la Verdad (3 Jn 1,8)

En el proyecto educativo de la escuela Católica, Cristo, que es la verdad, es el fundamento, ya que, como lo señala la Congregación para la Educación Católica: Jesucristo “revela y promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma capacitando al hombre a vivir de manera divina, es decir, a pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su vida” (Sobre La Escuela Católica, 34), es decir, ser sal del mundo, y la verdad, que además nos conduce a la justicia, es, junto al amor, lo que brinda sabor a la vida y al mundo. Por ello, la importancia de la Escuela Católica se hace hoy más patente que nunca, ya que atravesamos una profunda crisis de la verdad.

Benedicto XVI advirtió sobre esta crisis de la verdad. En su Carta Encíclica Caritas in Veritatis advierte que la fidelidad a la persona humana “exige fidelidad a la verdad, la única que garantiza la libertad y la posibilidad de un desarrollo humano integral”. Calificó de dramático que una sociedad de mayoría católica y cuya cultura está marcada por el cristianismo no busque la verdad en Jesús: “Para nosotros, cristianos, la Verdad es divina; el Logos eterno, que alcanzó expresión humana con Jesús”. Recuerdo en este momento una anécdota de la Madre Félix, fundadora de los colegios Mater Salvatoris: “Había en Lérida una Profesora en la Normal que hacía mucho daño a las alumnas. Me llegaba al alma y le dije al Padre [Serrat] que los mismos instrumentos que ella esgrimía para el mal podía yo esgrimirlos para el bien”. Allí, en esa anécdota que nos cuenta la Madre Félix notamos claramente la diferencia, esa diferencia que puede aportar la Escuela Católica: enseñar a buscar la verdad en Jesús.

La misión de la Escuela Católica, y allí su importancia, es enfrentar desde las aulas de clase, contemplando el corazón de los alumnos, a la dictadura del relativismo, fuente pantanosa de la crisis de la verdad. Ser faro de verdad en medio de este tiempo de tormentas de opiniones que hacen creer que podemos pensar y hacer lo que nos parezca. El relativismo es el fundamento de la crisis de la verdad. Un fundamento que pregona una libertad sin límites, que acabará encerrando al ser humano en la cárcel de su yo y de sus caprichos. La dignidad de la persona y sus derechos inalienables, la verdadera libertad solo son posibles, según Benedicto XVI, si se cimientan en la verdad de Dios y en la ley inscrita en la naturaleza humana, como cimiento y fundamento último.

Asimismo, Francisco dijo que en nuestros días, “marcados por el relativismo, en los que parece que no hay nada definitivo”, es necesario que los hombres se pregunten qué es la verdad, y que recen a diario al Espíritu Santo, “para que nos guíe a conocer a Jesús”.

Esta es la misión y la obligación de la Escuela Católica en esta hora de la humanidad. Una escuela en cuyas aulas, pasillos, canchas deportivas, jardines, oficinas se practique un humanismo abierto al Absoluto que nos guíe en la promoción y realización “de formas de vida social y civil –en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos–, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento” (Caritas in Veritatis). El quehacer fundamental de un cristiano es hacer la verdad en la caridad. Porque la caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como un címbalo que retiñe (cfr. 1 Cor 13,1). Aquí la importancia de la Escuela Católica hoy. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.

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