Discurso de San Juan Pablo II a los venezolanos
Ilustres Señoras y
Señores:
1. Me es muy grato
reunirme con vosotros, representantes y responsables de la vida social,
cultural, política y económica del país. Habéis venido desde todos los puntos
de la geografía patria para encontraros con el Papa. Agradezco vuestra
presencia en este acto y os doy mi más cordial saludo.
Por medio de vosotros
quiero hacer llegar mi palabra a todos los componentes de los diversos ámbitos
e instituciones en los que lleváis a cabo vuestras actividades. De vosotros
depende, en gran parte, la tarea de la construcción de una Venezuela cada vez
mejor que, recogiendo lo más precioso del pasado, camine hacia el progreso y el
bienestar integral de todos y cada uno de los miembros de la comunidad
nacional.
Saludo al Señor
Presidente de la República y a las Autoridades que lo acompañan. Estoy
agradecido a Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales, Arzobispo de Maracaibo y
Presidente de la Conferencia Episcopal, por las palabras que me ha dirigido
dándome la bienvenida a este acto. Agradezco también el testimonio de vida
familiar de los señores Francisco y América González.
2. Vuestra Nación ha
sido bendecida por Dios con abundantes recursos naturales. Cuenta con una
población en su mayoría joven y dinámica; dispone de gente capacitada en muy
diversos sectores; su pueblo tiene una religiosidad muy arraigada. Venezuela ha
vivido en las últimas décadas un progreso económico real y significativo, unido
al desarrollo de un régimen democrático y de libertades enmarcadas en un Estado
de derecho. Sin embargo, actualmente se enfrenta a serias dificultades en los
diversos ámbitos de la vida nacional, pues una grave crisis económica, que
venía preparándose inexorablemente, está afectando duramente a la clase media y
baja, aumentando de forma dramática la pobreza hasta hacerla desembocar en
muchos casos en auténtica miseria.
No se debe olvidar que
el proceso de empobrecimiento material conduce muchas veces a un
empobrecimiento moral y espiritual de las personas y de los grupos sociales,
especialmente de los jóvenes y adolescentes. Ello origina una grave crisis por
la ausencia de valores en el campo de la ética, de la justicia, de la
convivencia social y del respeto a la vida y dignidad de la persona. Esto,
ciertamente preocupante, lleva a la desorientación, provoca desaliento y
desesperanza, así como una cierta desconfianza en las instituciones.
La salida de esa
situación es anhelada cada vez más por quienes piden el respeto y promoción de
su inviolable dignidad de personas en todos los ámbitos de la sociedad.
3. En esta circunstancia quiero alentar a todos los venezolanos —y particularmente a vosotros que constituís este grupo tan significativo de la vida nacional— e infundir esperanza en la edificación de una sociedad nueva, basada en la cultura de la vida y de la solidaridad, en lo cual consiste, como he dicho en muchas ocasiones, la civilización del amor. A este respecto, el Concilio Vaticano II enseña que «la Iglesia, al buscar su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz reflejada en cierto modo sobre todo el mundo, especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la consistencia de la sociedad humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres. La Iglesia cree que de esta manera, por medio de cada uno de sus miembros y de toda su comunidad, puede contribuir mucho a humanizar más la familia de los hombres y su historia» (Gaudium et spes, 40).
4. Vosotros tenéis
responsabilidad en tantos sectores de la vida nacional. En el momento presente
se han debilitado aspectos fundamentales y la jerarquía de valores, como son el
aprecio de la verdad, la práctica de la solidaridad, la responsabilidad en la
búsqueda y el cultivo del bien común, y la solidez de la institución familiar.
Ante ello, es necesaria una justa comprensión de estos fenómenos, porque la
toma de conciencia de las propias limitaciones es el paso indispensable para
una recuperación. Las experiencias que se presentan como negativas han de
servir para no repetir los errores y asumir un compromiso corresponsable por el
país, fortaleciendo la esperanza fundada en Dios y en las potencialidades de la
inteligencia y libertad humanas.
En efecto, se trata de
superar las dificultades y caminar hacia un orden social que « debe
desarrollarse de día en día, fundarse en la verdad, edificarse en la justicia,
vivificarse por el amor; debe encontrar en la libertad un equilibrio cada vez
más humano. Pero para cumplir todo esto hay que llevar a cabo una renovación de
la mentalidad y realizar amplios cambios de la sociedad» (Ib. 26)
5. La Iglesia —fiel a
su misión y abierta a todos los creyentes, así como a los hombres de buena
voluntad— tiene una palabra que decir ante estas situaciones. En el momento
actual, a las puertas del Tercer Milenio de la era cristiana, ha asumido la
apasionante tarea de la Nueva Evangelización, que tiene como meta renovar la
vida según el mensaje de Jesucristo y hacer de los valores evangélicos savia y
fermento de una nueva sociedad, favoreciendo en los fieles cristianos la
coherencia entre la fe y la vida, así como la superación en todas partes de las
injusticias y fallas sociales, el fomento de la dignidad humana y de una recta
conducta familiar, laboral, política y económica.
El anuncio y acogida
del Evangelio que la Iglesia lleva a cabo ayuda a los cristianos a ser hombres
nuevos,(cf. Col 3, 10) los cuales pueden colaborar en la construcción de una
sociedad nueva, fundamentada en la justicia, el diálogo y el servicio, capaz de
afrontar los retos del futuro. En esa tarea es preciso empezar por promover sin
cesar una dignificación del hombre, que respete la verdad de sí mismo, imagen
de Dios (cf. Gn 1, 27) y camino de la Iglesia (Redemptor Hominis, 14). Así se
contribuye a elevar la sociedad, ya que «del carácter social del hombre se
sigue que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad
misma están íntimamente condicionados» (Gaudium et spes, 25). De este modo se
planifica la auténtica promoción humana, la cual tiende a la liberación
integral de la persona (cf. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 29-39).
El necesario cambio,
que ha de ser «de mentalidad, de comportamiento y de estructuras» (Centesimus
annus, 60),favorecerá una cultura de la solidaridad, que prevalezca sobre la
voluntad de dominio o de una vida egoísta, así como una economía de
participación en vez de un sistema de acumulación de bienes, que provoca un
gran abismo no sólo entre los diferentes Estados, sino también entre los
ciudadanos de un mismo país.
6. De los temas que
requieren particular atención para la construcción de una sociedad realmente
nueva y dinámica hay que señalar ciertamente el de la familia y el de la vida.
En efecto, el futuro de la sociedad pasa por la familia (cf. Familiaris
consortio, 51), y «la salvación de la persona y de la sociedad humana y
cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar. Por ello, los cristianos, juntamente con todos los que tienen en gran
estima esta comunidad, se alegran sinceramente por la variedad de recursos que
permiten a los hombres avanzar hoy en el fomento de esta comunidad de amor»
(Gaudium et spes, 47). Es urgente también la atención a los niños que, por
haber nacido fuera de la institución familiar o vivir en situación de abandono,
crecen sin la tutela y ayuda de un padre o una madre, y difícilmente se
integran en la sociedad, al estar marcados por graves carencias afectivas y
materiales. Ellos están sujetos a tantos peligros, secuelas de la falta de
educación e instrucción, como son, por ejemplo, la delincuencia precoz, la
violencia, la droga o la prostitución infantil.
Es necesario, asimismo,
crear una cultura de la vida. Con razón los Obispos venezolanos declararon el
pasado año 1995 «Año por la vida», invitando a que todas las «reflexiones,
compromisos y acciones vayan orientadas tanto a la toma de conciencia, como a
mostrar una actitud de defensa y proclamación del don preciado de la vida en
todas sus manifestaciones» (Compromiso por la vida, 8). Han obrado así al mirar
atentamente, con espíritu pastoral, la realidad del País y calificarla como
«grave situación», en contraste con la verdad cristiana sobre la «grandeza de
la vida humana».
7. Tampoco se puede
olvidar el papel predominante que tiene la economía, fomentando una gestión más
justa y coordinada de los recursos; de ese modo, se honrará al hombre, « autor,
centro y fin de toda la vida económica y social». (Gaudium et spes, 63).
La cultura ha de ser
también objeto de especial atención en la construcción de la sociedad. Con el
término «cultura» se indica «todo aquello con lo que el hombre afina y
desarrolla sus múltiples cualidades espirituales y corporales» (Ib. 53). Todo
ello debe mirar a la formación integral de la persona humana y al bien mismo de
la sociedad.
8. Ilustres señoras y
señores, dirigentes y constructores de la sociedad venezolana, os aliento a
trabajar decididamente en el campo de la justicia, de la verdad y de la paz,
mirando hacia el futuro con optimismo, siendo solidarios con la suerte de vuestro
pueblo y con sus valores, centrados, por encima de todo, en el mandamiento
fundamental del amor.
Desde el recuerdo
emocionado de tantos ilustres hijos de Venezuela lanzo mi llamado a los
políticos, para que, superando las diferencias partidistas y los intereses
particulares, aúnen sus voluntades en la búsqueda responsable y desinteresada
del bien común, mirando de modo especial hacia las clases más necesitadas. En
esta hora difícil, pero decisiva en la vida de la Nación, exhorto a los
políticos y a cuantos ocupan puestos directivos, a trabajar incansablemente por
el verdadero bien del país, secundando eficazmente las iniciativas que lo
favorezcan y dando claro testimonio de honradez en la vida privada y
profesional.
El estamento militar,
heredero de Bolívar y Sucre, está llamado a vivir su vocación castrense
trabajando por crear condiciones de seguridad, estabilidad y fraternidad en un
mundo donde la guerra quede desterrada y la paz sea un bien real. Por eso deseo
animar a todos sus componentes a garantizar siempre la paz en libertad,
soberanía y dignidad.
Invito a los
intelectuales, artistas y educadores a que, siguiendo las huellas de Andrés
Bello, Cecilio Acosta y Caracciolo Parra, y alimentándose en las fuentes del
bien y de la belleza auténtica, lleven a cabo su acción en la sociedad,
orientándola hacia la verdad suma que es Dios.
A los hombres de la
ciencia y de la técnica la Iglesia los anima a proseguir, como el Doctor José
Gregorio Hernández, fomentando el progreso integral que permita al ser humano
conocerse mejor a sí mismo y comprometerse en los diversos campos de la vida
social.
Recuerdo a los
trabajadores y empresarios la responsabilidad que tienen de asegurar una
producción que satisfaga adecuadamente las necesidades básicas, manteniendo unas
relaciones laborales que conjuguen los propios intereses con el espíritu
solidario y las exigencias ecológicas de las actuales y futuras generaciones,
permitiendo así mantener un nivel aceptable de calidad de vida.
Asimismo, me dirijo a
los profesionales de la comunicación social, que tienen preclaros exponentes en
las figuras de Monseñor Jesús María Pellín, Juan González y Núñez Ponte. La
labor de escritores y editores, tan estimada por la Iglesia, debe afrontar
igualmente el reto de defender y promover todo lo espiritual que dignifica a
las personas, comunidades y pueblos, elevando el nivel ético de la población,
desarrollando el sentido de la libertad en la verdad y evitando todo lo que
envilece y degrada.
Finalmente, quiero poner de relieve el papel de la mujer venezolana, protagonista en el ámbito social por ser transmisora de la vida y educadora de la paz. Ella ha de seguir participando con ilusión en la edificación de la sociedad y en el proyecto renovador del país, aportando aquel «genio» femenino que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por todo lo que es esencialmente humano (cf. Mulieris dignitatem, 30).
9. Venezolanos, aunque
sean serias las dificultades e inmensos los desafíos, grande ha de ser vuestro
empeño. Ante un presente con incertidumbres y un futuro con interrogantes,
haced valer las propias capacidades con imaginación y sobre todo con
generosidad, confiando en Dios: Dios ama al hombre.
Venezuela ocupa un
lugar de relieve en un gran continente lleno de esperanza. Afrontando sin miedo
los retos de vuestra historia, alzando los ojos a lo Alto y con un corazón
solidario, caminad con paso firme hacia el Tercer Milenio, aportando
generosamente vuestros talentos a la construcción de un nuevo orden más justo
por ser más humano.
¡Que Jesucristo,
«Salvador y Evangelizador» (Tertio Millennio Adveniente, 40),os guíe y bendiga
en este camino!
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