Venezuela no está muerta, está dormida
Por Valmore Muñoz Arteaga
La
Iglesia no es indiferente a las cosas temporales que angustian al hombre. Ella,
como Madre y Maestra, lleva en su corazón una luz capaz de iluminar en medio de
las tinieblas más espesas. En el camino de la salvación de cada persona, la
lglesia, nuestra Iglesia, se preocupa y ocupa sabiamente por toda la familia
humana, sus necesidades, incluso en el ámbito material y social. Por ello,
desarrolla una brújula, una doctrina social que forme las conciencias y ayude a
vivir según el Evangelio y la propia naturaleza humana. Desde ese espíritu
rector, la Conferencia Episcopal Venezolana, nos invita a caminar juntos con
esperanza y con su voz dulce, pero con autoridad nos recuerda, abrazando la voz
profética de Isaías, que no debemos temer porque Dios está con nosotros; “no te
desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré. Ciertamente, te ayudaré, te
sostendré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41,10).
Hoy, nuestro país, sale a la calle decidido, a través del voto consciente y libre, a buscar una reforma profunda de la democracia, de la sociedad civil y de la calidad de vida. Venezuela, pueblo consagrado al Santísimo Sacramento, desilusionada y desconcertada, aturdida y golpeada, muchas veces humillada y afligida, se muestra al mundo como la hija de Jairo, aquella niña que no estaba muerta, estaba dormida. Salimos hoy a la calle, de la misma manera que Jairo salió a buscar a Jesús. Lo buscó porque sabía, como lo sabemos nosotros, que el corazón de Cristo, se conmueve ante el dolor humano y no permanece indiferente ante nuestros sufrimientos. Cristo nos escucha siempre, pero nos pide que acudamos a Él con fe.
Jairo acudió a Jesús con fe y por eso “Jesús se fue con él” (Mc 5, 24). Sobre esto meditó San Juan Pablo II, cuyo corazón también recorrió nuestra patria: “El amor que Jesús siente por los hombres, por nosotros, le impulsa a ir a la casa de aquel jefe de la sinagoga. Todos los gestos y las palabras del Señor expresan ese amor. Quisiera detenerme particularmente en esas palabras textuales recogidas de labios de Jesús: «La niña no está muerta, está dormida». Estas palabras profundamente reveladoras me llevan a pensar en la misteriosa presencia del Señor de la vida en un mundo que parece como si sucumbiera bajo el impulso desgarrador del odio, de la violencia y de la injusticia, pero, no. Este mundo, que es el vuestro, no está muerto, sino adormecido”.
Venezuela no está muerta, está dormida, y hoy despierta de su letargo. La ciudadanía hoy no será una nostalgia intelectual, sino una acción vigorosa. Una acción producto de un corazón sediento de amor, de verdad y de fuerza. Sí, inteligencia sedienta de amor, de verdad y de fuerza. Esa inteligencia que es luz del Espíritu Santo para poder penetrar todas las verdades humanas y temporales, pero muy especialmente, las verdades oscuras que la fe propone.
Venezuela sale hoy a la calle mirando a Cristo. Una mirada puesta en Cristo desnuda nuestro amor y ese amor nos conduce hacia el esplendor de la Verdad. El hombre es un ser que piensa y lo hizo antes de saber conscientemente que pensaba. Y piensa, además, porque ama. El hombre piensa porque ama y ama porque piensa. Ese esplendor que brilla intrínsecamente en todas las obras del Creador y, como resaltó San Juan Pablo II en Veritatis Splendor, “de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor”. Esplendor de vida, de vida viva, porque Venezuela no está muerta, estaba dormida. Paz y Bien.
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