María, la Iglesia y el Islam
Por Valmore Muñoz Arteaga
¿Queréis
que yo os ofrezca un ejemplo fiel a seguir, válido para todos los creyentes del
mundo? Ese ejemplo es María, “hija de Imran, que conservó su virginidad y en la
que infundimos de Nuestro Espíritu. Tuvo por auténticas las palabras y
Escritura de su Señor y fue de las devotas” Esto dice el Corán en la sura 66 versículo 12. El Corán, como bien sabemos, es
el libro sagrado del Islamismo, es su Biblia. Este libro consta de 114 suras o
capítulos. De esos 114 capítulos, sólo 8 llevan por título el nombre de algún
personaje vinculado con la fe islámica, uno de esos nombres es el de la
Santísima Virgen María, Madre de Dios. El Islam nos presenta a María como
virgen, inmaculada, pura, piadosa, prudente, consciente de la función que
cumple a lo largo de su vida, predestinadamente idónea para acoger el Verbo de
Dios, con perfecta disponibilidad. Al igual que los cristianos, los musulmanes
ven en María a su Señora. Nos explica Francesc-Xavier Marín, experto en
cultura, civilización y religión islámicas, que el Corán habla de ella como la
mejor de las mujeres, como apuntamos, ejemplo a seguir por todos los creyentes,
porque creyó en la veracidad de la palabra de Dios y, como afirmamos los
cristianos, fue la primera en creer. De hecho, la honra a María es tan elevada
y profunda que es el único nombre de mujer mencionado en las sagradas
escrituras del universo islámico. “¡Oh María! Sin duda Allah te ha distinguido
inmaculada y te ha hecho pura, dice el Corán. Te he distinguido inmaculada por
encima de las mujeres, entre los seres del universo. ¡Oh María! Sé siempre
devota a tu Señor, prostérnate e inclínate con los que se inclinan”. Al igual
que el Cristianismo, el Islam contempla a María en su asimilación del Espíritu
de Dios, su humildad y receptividad, por ello, su recogimiento es explicado
como apertura constante a la Presencia del Señor en una concentración absoluta
que le hace tomar conciencia de Dios en ella en todas las posibilidades y
modalidades de su ser, de su estar, de su hacer. ¿Cómo no confiar en ella si
Dios o Allah la dotó de perfección y belleza como reconocimiento de la
confianza que ella demostró hacia Él? La Virgen María es puente amoroso entre
dos religiones que creen en un Dios único, todopoderoso y misericordioso.
La superioridad de María sobre todas las mujeres no consentía excepción alguna para Mahoma, fundador del Islam. Su esposa predilecta, Aixa, se concebía en la cúspide, pero nunca superior a María. De ella, Aixa dijo: “Yo supero a todas las mujeres, con excepción de lo que fue concedido a María”. Hasta el propio Mahoma le dijo a Fátima, su hija” ‘Tú serás la primera de las mujeres en el Paraíso, después de María”. Si María es vista con estas amplísimas reservas de respeto y veneración, ¿cómo puede ser posible que para sus hijos nos sea reservado el odio más vil y criminal? Cuando el filo de la espada de la intolerancia atraviesa la garganta de tantos cristianos, cuando son crucificados en las calles, ahorcados o masacrados a tiros en un bar, ¿se está siendo verdaderamente fiel a lo que brota de los suras del Corán? Porque los cristianos, sin excepción, somos sus hijos, como lo deja muy claro San Pablo al recordar que “cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de Mujer… para que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4, 4-5). Misterio divino de salvación, dice la Constitución Lumen Gentium, que se nos revela en la Iglesia, “a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus santos, deben también venerar la memoria en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor”. Por ello, como se evidencia en el Catecismo de la Iglesia Católica, “La función de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. «Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte». Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión: La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: ’Mujer, ahí tienes a tu hijo’ (Jn 19, 26-27)”.
Aunque el Islam niega algunos fundamentos doctrinales de la fe cristiana como, por ejemplo, la Trinidad y la divinidad de Cristo, puede hallar en María la dulce apertura que haría posible, como ha sido en muchos casos, un acercamiento sin desconfianza. La Iglesia católica abrió su corazón en el Concilio Vaticano II a ese acercamiento. En Nostra Aetate, declaración del CVII sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no-cristianas, afirma que mira con aprecio “a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno” y si en “el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres”. Los papas San Juan XXIII y Pablo VI, por medio del CVII, invitaban a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a la fraternidad universal y a la exclusión de toda discriminación como una meta posible, ya que, “no podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4,8) […] La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, "observando en medio de las naciones una conducta ejemplar", si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos”.
San Juan Pablo II y Benedicto XVI, llevados de la mano con María, insistieron en este acercamiento, pero al Papa Francisco le ha tocado vivir momentos sumamente crudos protagonizados por los extremistas del Estado Islámico que hacen esfuerzos cada vez más macabros para hacernos creer que en el corazón de todo musulmán arde un odio incontrolable por los cristianos y los valores occidentales. “Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, escribe en Evangelii Gaudium, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia”. En un mensaje a la comunidad musulmana, el Papa Francisco expresó que estamos llamados a respetar sobre todo la vida de toda persona, su integridad física, su dignidad con los derechos, su reputación, su patrimonio, su identidad étnica y cultural, sus ideas y sus decisiones políticas. Estamos llamados a respetar la religión del otro, sus enseñanzas, símbolos y valores. Un especial respeto se debe a los jefes religiosos y los lugares de culto. Cuánto dolor traen los ataques a uno y otro de estos. Tenemos que pensar, hablar y escribir de manera respetuosa sobre el otro, no sólo delante de él, sino siempre y en todas partes, evitando la crítica injustificada y la difamación.
Cristianos y musulmanes tenemos en la Virgen María un ejemplo de lucha frente al llamado constante contra los propósitos malévolos que nuestro entorno nos seducen a actuar de espaldas al amor de Dios, ese amor que halló en su vientre una cuna para hacerse Hombre y oportunidad de comenzar de nuevo. Ella, pureza única, disponibilidad total para ofrecernos fortaleza en la lucha contra el mal. Toda su existencia es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo, por tal motivo, haciéndonos eco de las enseñanzas del Corán, María es un ejemplo que debemos seguir con fidelidad, pues, desde el seno de su madre, fue dedicada a Dios para que fuera libre, libre en absoluto, y esta libertad es una libertad absoluta de todo aquello que puede ser visto como pecado, como un mal, como un fallo, como una debilidad. María es pura de todo esto para cristianos y musulmanes. Y luego viene la afirmación de Dios: «Yo lo acepto».
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