La verdad y el rostro de Venezuela
Por Valmore Muñoz Arteaga
Circula una imagen que
sostienen unas líneas escritas por el magnífico poeta venezolano Rafael
Cadenas. Las líneas dicen: “En medio de la mentira, por encima de ella, en la
hendidura, busca este país su verdadero rostro para curarse”. Busca este país,
Venezuela, su verdadero rostro. Este no es el rostro de Venezuela. ¿Cuál es su
verdadero rostro? La pregunta hay que hacérsela a la verdad y la verdad ha sido
un tema que me ha interesado, pero no como necesidad intelectual, sino
existencial, es decir, como necesidad profunda y definitiva.
Este deseo de verdad volvió a arder ayer, 28 de julio
de 2024. No solo por los resultados electorales ofrecidos por el CNE, sino por
las apreciaciones que, al respecto, se hicieron en diversos grupos filosóficos
a los cuales pertenezco. Siempre he creído en aquello que se afirmó
inicialmente del filósofo: un amigo
de la sabiduría, un amante del conocimiento, aunque prefiero reconocer al
filósofo con un lema que tomó para sí Benedicto XVI: un filósofo es un colaborador de la verdad. No puede el hombre
hacerse amigo de la sabiduría, ni hacerse amante del conocimiento, sin la
capacidad para reconocer la verdad. Si sustituimos el amor a la verdad por el
amor a tener la razón.
Mientras los
¿filósofos? Discutían sobre la verdad, yo, que tan solo soy un aficionado a la
Filosofía me preguntaba dónde estaba la verdad en aquellos argumentos. Me preguntaba
dónde estaba la búsqueda de la verdad. No lograba verlo, quizás por los gritos
tratando, cada uno, de imponer su razón a costa de lo que sea, inclusive, de la
negación del otro. Esto no puede tener ninguna vinculación con la verdad. Entonces
recordé a Nietzsche quien sostenía que no existen los hechos, sino la
interpretación de los hechos. Qué equivocado estuvo en esto, mi querido alemán,
qué equivocado y cuánta sed de absoluto.
En su última homilía
como cardenal y decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, Benedicto
XVI, describió la situación del mundo contemporáneo con estas palabras: “¡Cuantos
vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas
corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!". Añadía que
incluso: "La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada
a menudo por estas olas, llevaba de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo,
hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a
un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc”. Palabras con
las cuales señalaba una profunda crisis de la verdad expresada en un relativismo
brutal, ya sabemos, aquello de la interpretación de los hechos que advirtió
Nietzsche.
Recuerdo en este
momento, ese poderoso episodio del Evangelio en el cual Jesucristo enfrentaba a
Pilato. Momento crucial por algo que Jesús le dice a Pilato, pero que a su vez
nos lo dice a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. “Todo el que es
de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37) le dice Jesús al Procurador. A lo que
éste le responde con una pregunta: “¿Qué es la verdad?”. La pregunta de Pilato
me deja claro que no pudo escuchar a Jesucristo y, por lo tanto, no era éste de
la verdad. Aquí alcanzo a comprender que uno no posee la verdad, sino que, por
el contario ella posee al hombre.
Hemos sido creados para
la verdad. ``Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto,
seréis mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la
tierra” (Ex 19,5); “El Señor es Dios y nos ha dado luz” (Sal 118,27); “El
pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra
de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos” (Is 9,2); “caminad
mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que anda en
la oscuridad no sabe adónde va” (Jn 12,35); “para que abras sus ojos a fin de
que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios” (Hch
26,18) “porque antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad
como hijos de la luz” (Ef 5,8); claro, y si recordamos a los dos de Emaús
entonces, a la luz de estas líneas, podemos comprender por qué cuando caía la
noche y todo se oscurecía, le pidieron a Jesús que se quedara con ellos (cfr Lc
24, 29).
Ahora bien, Rüdiger
Safranski, otro filósofo alemán, publicó un libro estupendo llamado ¿Cuánta verdad necesita el hombre? En este
ensayo alerta de que las grandes verdades ayudan al ser humano, pero también
pueden llevarlo al callejón sin salida del dogmatismo y el totalitarismo. Sin embargo,
¿puede la verdad conducir al hombre a un callejón sin salida? No, porque la verdad
nos hace libres (Jn 8,32). La verdad nos aleja de toda esclavitud. La verdad
nos eleva a la condición de amigos,
de hermanos, es decir, de amigos y
amantes de la sabiduría. Precisamente, lo contrario es lo que nos esclaviza y
nos somete a los totalitarismos.
Afirmó Antonio Rosmini
que “creada para la verdad, la mente humana es fácilmente seducida por un
principio que le es ajeno y enemigo, y que, con sus artes ilusorias, la induce
a tomar por verdad las apariencias de la verdad”. Idea que concluye de manera
lapidaria: “Y como la mente, como su maestra, es seguida por la voluntad, en
lugar del bien para el que está hecha, la voluntad se aferra a las vanas apariencias
del bien. De ahí el error y la culpa”. Para San Agustín, la verdad, como el
amor, es la medida de todas las cosas y su noción de verdad se constituye en el
eje fundamental de la relación alma-Dios. Él mismo, busca la verdad en su
interior y luego afirmará con certeza: Dios es la verdad. El problema del
conocimiento para él es poder justificar la verdad.
Quizás por estas
cuestiones, Antonio Rosmini se vio en la necesidad de resaltar el hecho de que
el hombre tiene que establecerse una caridad (amor) ordenada. Sólo de esa
manera, a partir del amor organizado, el hombre puede distinguir que la idea es
verdad respecto de la cosa; y que, por lo tanto, “la cosa es verdadera si
corresponde con la idea”. La cosa no es verdadera porque el hombre lo decide,
ni por los abrumadores mandatos del corazón, sean estos de la naturaleza que
sean, sólo será verdadera si se corresponde con la idea. Por esto, Poncio
Pilato no pudo escuchar la voz de Jesucristo y por lo tanto no reconocer la
verdad. Jesucristo es la encarnación del amor ordenado. Un hombre sin amor, no
solo no puede ver la verdad, sino que no puede ser testimonio de ella. Un hombre
sin amor es un hombre que rechaza a Cristo en su corazón, no tiene temor de
Dios y se siente más allá del bien y del mal.
Pilato, que no pudo ver
la verdad, envió a la verdad a morir en la cruz. La verdad murió en la cruz,
pero resucitó. La verdad no puede ocultarse, no puede aniquilarse, no puede
negarse. Quienes lo han intentado, han terminado aplastados y derrotados por
esa misma verdad. Vuelvo a las líneas de Cadenas: “En medio de la mentira, por
encima de ella, en la hendidura, busca este país su verdadero rostro para
curarse”. Venezuela, el país del cual habla Cadenas, ha encontrado su verdadero
rostro y va a curarse. Bendito sea Dios. Paz y Bien.
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