Ante la belleza… el silencio

 Por Valmore Muñoz Arteaga


San Agustín no escribió formalmente un tratado sobre estética, aunque su obra está llena de pasajes que podrían, perfectamente, allanar el camino para conocer lo que al respecto pensaba. Creía firmemente que aquello que provoca la serenidad de la dicha es bello, en cuanto a que todo lo bello en el orden místico se despliega hacia Dios y se afirma en Él. Todo lo bello procede de Dios, ya que Dios es amor y solo se ama lo bello; pero, al mismo tiempo, el amor hace bello al que ama y al que es amado. Amor y belleza forman parte de un mismo entramado: el entramado de la verdad, es decir, Dios. Dios es amor. Dios es belleza. Dios es verdad y es la verdad.

Estas cosas subieron de mi corazón a mi mente cuanto entré por primera vez en la nueva capilla del Colegio Mater Salvatoris de Maracaibo. Un lugar para el recogimiento y la contemplación, pero una contemplación entendida como un mirar con admiración y amor comprometido, en gesto gozoso, abierto a la unión con lo divino; es ser mirado y mirar, creando lazos de amor permanente entre el que mira y el mirado. Contemplar una belleza sobria y sencilla que me recordaron la austeridad de los grandes espíritus cuya única riqueza es ser mirados con amor por el Señor, porque, como pensaba la Madre Félix: “Nada es pobre si Cristo está presente”.

Capilla que abre su corazón en la solemnidad del Corazón de Jesús, pero que, haciendo firme su compromiso, abre su corazón en el corazón del Colegio que, bendito sea Dios, además es un punto de encuentro obligatorio entre todos. Allí todas nuestras miradas se abrazan buscando la mirada del Amado que nos mira con amor que no deja de mirar, de estar allí para nosotros. No me sorprendió entonces tropezarme con la mirada de Dante cuando cantaba: “y cuando alzo los ojos para observarte en mi corazón se inicia un terremoto que suspende en mi alma todos los latidos”.

Una capilla abrazada por la luz que abraza (abrasa) y que, como cantó San Juan de la Cruz: en su desnudez halla el espíritu su descanso. Espacio luminoso cuyo esplendor es la verdad que lo sostiene. Espacio magnífico para la entrega: “el alma que quiere que Dios se le entregue todo, se ha de entregar toda, sin dejar nada para sí”. Espacio para el silencio siempre dispuesto ante el misterio de la divinidad que lo cuestiona y envuelve. Lugar cristocéntrico que nos revela al corazón como símbolo, que habla de todo el hombre interior, que habla de la interioridad espiritual del hombre. Silencio que nos habla de la riqueza que es Cristo, que también es el designio eterno de salvación de Dios que el Espíritu Santo dirige al hombre interior, para que así Cristo habite por la fe en nuestros corazones.

Inevitable no recordar aquellos versos de Dámaso Alonso que dice: “Hombre es amor. Hombre es un haz, /un centro donde se anuda el mundo... Hombre es amor, y Dios habita dentro /de ese pecho y, profundo, en él se acalla”. También recordé una anotación de la Madre Félix que perfectamente se puede aplicar a este hermoso recinto de paz: nuestra capilla –la siento mía– viene a ser como un lugar en el cual “acurrucarme en los brazos de la Virgen, esconderme en el costado abierto de Cristo, dar voces al Espíritu santo para que me sostenga”. Inevitable no recordar por qué Platón expresó que toda la Filosofía nace del asombro. Lugar para el asombro y la sorpresa, para comprender que el hombre se va haciendo amor a medida que el amor le hace.

Ante la belleza del amor… el silencio. Capilla del amor. Capilla para enamorarse. Capilla para descubrirnos como caminantes que caminan, como servidores que sirven, como humanos que sentimos con todos los sentidos volcados en Cristo, en su Corazón y su misterio que se abre a través de las heridas del cuerpo; se abre el gran misterio de la piedad, se abren las entrañas de misericordia de nuestro Dios, como enseñó San Bernardo. Misterio tan humano, en el que con tanta sencillez y a la vez con profundidad y fuerza se ha revelado Dios, como enseñó San Juan Pablo II.

Les comenté a las niñas sobre la fortuna que estaban viviendo. Ellas estaban escribiendo una página nueva en el colegio al ser las primeras en vivir un momento histórico. Ellas, amparadas en el Corazón de Jesús, se hacían protagonistas de la historia del Mater Salvatoris. Esto es algo que les pertenece, que es suyo, un momento que las une de manera especial a su colegio. Un colegio que ha buscado, de manera clara, objetiva y tangible, de acercarlas a Cristo, a María y a la Eucaristía: no se puede amar más, de manera más profunda y hermosa, y ante esta belleza del amor… el silencio.

Me siento conmovido, ya que, en varios momentos de la mañana, le pedí al Señor que me permitiera formar parte de este momento, pero no solo como espectador. Y la respuesta llegó pronto. Tuve la oportunidad de hacer la segunda lectura en la Santa Misa que compartimos el personal al final de la mañana. Me temblaron las piernas y contuve el llanto cuando leí, en ese momento, en ese lugar: “Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que os conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento”.

No puedo estar más gozoso y agradecido. Gracias, Señor, gracias. Paz y Bien


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