LA GULA. Audiencia general del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas, !buenos días!
En este nuestro camino
de catequesis que estamos haciendo sobre los vicios y las virtudes, hoy nos
detenemos en el vicio de la gula.
¿Qué nos dice el
Evangelio al respecto? Miremos a Jesús. Su primer milagro, en las bodas de
Caná, revela su simpatía por las alegrías humanas: se preocupa de que la fiesta
termine bien y regala a los novios una gran cantidad de vino delicioso. En todo
su ministerio, Jesús aparece como un profeta muy diferente del Bautista: si
Juan es recordado por su ascesis -comía lo que encontraba en el desierto-,
Jesús es en cambio el Mesías que a menudo vemos en la mesa. Su comportamiento
provoca escándalo en algunos, porque no solo Él es benévolo con los pecadores,
sino que incluso come con ellos; y este gesto demostraba su voluntad de
comunión y cercanía con todos.
Pero también hay algo
más. Mientras que la actitud de Jesús hacia los preceptos judíos nos revela su
plena sumisión a la Ley, Él, sin embargo, se muestra comprensivo con sus
discípulos: cuando estos son sorprendidos en falta, porque teniendo hambre recogen
espigas de trigo en sábado, Él los justifica, recordando que también el rey
David y sus compañeros, al encontrarse en necesidad, habían comido panes
sagrados (cf. Mc 2,23-26). Y Jesús
afirma un nuevo principio: los invitados a la boda no pueden ayunar cuando el
novio está con ellos; ayunarán cuando el novio les sea arrebatado. Ahora todo
es relativo a Jesús. Cuando Él está en medio de nosotros, no podemos estar de
luto; pero en la hora de su pasión, entonces sí, ayunamos (cf. Mc 2,18-20). Jesús quiere que estemos alegres en
su compañía -Él es el Esposo de la Iglesia-; pero también quiere que
participemos en sus sufrimientos, que son también los sufrimientos de los
pequeños y de los pobres.
Otro aspecto
importante. Jesús elimina la distinción entre alimentos puros y alimentos
impuros, que era una distinción hecha por la ley judía. En realidad -enseña
Jesús- no es lo que entra en el hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de
su corazón. Y diciendo así «purificaba todos los alimentos» (Mc 7,19). Por eso
el cristianismo no contempla alimentos impuros. Pero la atención que debemos
tener es la interior: por lo tanto, no en la comida en sí, sino en nuestra
relación con ella. Y Jesús sobre esto dice claramente que lo que hace la bondad
o la maldad, digamos, de un alimento, no es el alimento en sí, sino la relación
que tenemos con él. Y nosotros lo vemos, cuando una persona tiene una relación
desordenada con la comida, miramos cómo come, come con prisas, como con las
ganas de saciarse y nunca se sacia, no tiene una buena relación con la comida,
es esclavo de la comida.
Esta relación serena
que Jesús ha establecido con respecto a la alimentación debería ser
redescubierta y valorizada, especialmente en las sociedades del llamado
bienestar, donde se manifiestan tantos desequilibrios y tantas patologías. Se
come demasiado, o demasiado poco. A menudo se come en soledad. Se propagan los
trastornos de la alimentación: anorexia, bulimia, obesidad… Y la medicina y la
psicología tratan de lidiar con la mala relación con la comida. Una mala
relación con los alimentos produce todas estas enfermedades.
Estas son enfermedades,
a menudo muy dolorosas, que en su mayoría están relacionadas con los tormentos
de la psique y el alma. La alimentación es la manifestación de algo interior:
la predisposición al equilibrio o la desmesura; la capacidad de agradecer o la
arrogante pretensión de autonomía; la empatía de quien sabe compartir la comida
con el necesitado, o el egoísmo de quien acumula todo para sí. Esta pregunta es
muy importante: dime cómo comes, y te diré qué alma tienes. En la forma de
comer se revela nuestra interioridad, nuestros hábitos, nuestras actitudes
psíquicas.
Los antiguos Padres
llamaban al vicio de la gula con el nombre de “gastrimargia”, término que se
puede traducir como “locura del vientre”. La gula es una “locura del vientre”.
Y también está este proverbio: que debemos comer para vivir, no vivir para
comer. La gula es un vicio que se inserta precisamente en una de nuestras
necesidades vitales, como la alimentación. Tengamos cuidado con esto.
Si lo leemos desde un
punto de vista social, la gula es quizás el vicio más peligroso, que está
matando al planeta. Porque el pecado de quien cede ante un trozo de pastel, en
definitiva, no causa grandes daños, pero la voracidad con la que nos hemos
desatado, desde hace algunos siglos, hacia los bienes del planeta está
comprometiendo el futuro de todos. Nos abalanzamos sobre todo, para
convertirnos en dueños de todo, mientras que todo había sido entregado a
nuestra custodia, ¡no a nuestra explotación! He aquí, pues, el gran pecado, la
furia del vientre: hemos abjurado del nombre de hombres, para asumir otro,
“consumidores”. Y hoy se dice así en la vida social: los “consumidores”. Ni
siquiera nos hemos dado cuenta de que alguien ha empezado a llamarnos así.
Estamos hechos para ser hombres y mujeres “eucarísticos”, capaces de dar
gracias, discretos en el uso de la tierra, y en cambio el peligro es
convertirse en depredadores, y ahora nos estamos dando cuenta de que esta forma
de “gula” ha hecho mucho daño al mundo. Pidamos al Señor que nos ayude en el
camino de la sobriedad, y que las diversas formas de gula no se apoderen de
nuestra vida.
Comentarios