IN CENA DOMINI. Última homilía de Jueves Santo de San Juan Pablo II
1. "Los amó hasta el
extremo" (Jn 13, 1).
Antes de celebrar la
última Pascua con sus discípulos, Jesús les lavó los pies. Con un gesto que
normalmente correspondía a los esclavos, quiso grabar en la mente de los
Apóstoles el sentido de lo que sucedería poco después.
En efecto, la pasión y
la muerte constituyen el servicio de amor fundamental con el que el Hijo de
Dios libró a la humanidad del pecado. Al mismo tiempo, la pasión y la muerte de
Cristo revelan el sentido profundo del nuevo mandamiento que dio a los
Apóstoles: "Amaos los unos a los
otros como yo os he amado" (Jn 13, 34).
2. "Haced esto en
conmemoración mía" (1 Co 11, 24. 25), dijo dos veces, distribuyendo el pan
convertido en su Cuerpo y el vino convertido en su Sangre. "Os he dado
ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis" (Jn 13, 15), había recomendado poco antes, tras haber lavado los
pies a los Apóstoles. Así pues, los cristianos saben que deben "hacer
memoria" de su Maestro prestándose recíprocamente el servicio de la
caridad: "lavarse los pies unos a otros". En particular, saben que
deben recordar a Jesús repitiendo el "memorial" de la Cena con el pan
y el vino consagrados por el ministro, el cual repite sobre ellos las palabras
pronunciadas en aquella ocasión por Cristo.
Esto lo comenzó a hacer
la comunidad cristiana desde los inicios, como hemos escuchado en el testimonio
de san Pablo: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz,
proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).
3. Por consiguiente, la
Eucaristía es memorial en sentido pleno: el pan y el vino, por la acción del
Espíritu Santo, se convierten realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que
se entrega para ser alimento del hombre en su peregrinación terrena. La misma
lógica de amor motiva la encarnación del Verbo en el seno de María y su
presencia en la Eucaristía. Es el ágape, la cáritas, el amor, en el sentido más
hermoso y puro. Jesús pidió insistentemente a sus discípulos que permanecieran
en este amor suyo (cf. Jn 15, 9).
Para mantenerse fieles
a esta consigna, para permanecer en él como sarmientos unidos a la vid, para
amar como él amó, es necesario alimentarse de su Cuerpo y de su Sangre. Al
decir a los Apóstoles: "Haced esto en conmemoración mía", el Señor
unió la Iglesia al memorial vivo de su Pascua. Aun siendo el único sacerdote de
la nueva alianza, quiso tener necesidad de hombres que, consagrados por el
Espíritu Santo, actuaran en íntima unión con su Persona, distribuyendo el Pan
de vida.
4. Por eso, a la vez
que fijamos nuestra mirada en Cristo que instituye la Eucaristía, tomemos
nuevamente conciencia de la importancia de los presbíteros en la Iglesia y de
su unión con el Sacramento eucarístico. En la Carta que he escrito a los
sacerdotes para este día santo he querido repetir que el Sacramento del altar
es don y misterio, que el sacerdocio es don y misterio, pues ambos brotaron del
Corazón de Cristo durante la última Cena.
Sólo una Iglesia
enamorada de la Eucaristía engendra, a su vez, santas y numerosas vocaciones
sacerdotales. Y lo hace mediante la oración y el testimonio de santidad, dado
especialmente a las nuevas generaciones.
5. En la escuela de
María, "mujer eucarística", adoremos a Jesús realmente presente en
las humildes especies del pan y del vino. Supliquémosle que no cese de llamar
al servicio del altar a sacerdotes según su corazón.
Pidamos al Señor que
nunca falte al pueblo de Dios el Pan que lo sostenga a lo largo de su
peregrinación terrena. Que la Virgen santísima nos ayude a redescubrir con
asombro que toda la vida cristiana está unida al mysterium fidei, que
celebramos solemnemente esta tarde.
Basílica de San Pedro
Jueves santo 8 de abril
de 2004
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