EL COMBATE ESPIRITUAL. Audiencia general del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
La semana pasada
entramos en el tema de los vicios y las virtudes. Este nos llama a la lucha
espiritual del cristiano. De hecho, la vida espiritual del cristiano no es
pacifica, linear y sin desafíos, al contrario, la vida cristiana exige un
continuo combate: el combate cristiano para conservar la fe, para enriquecer
los dones de la fe en nosotros. No es casualidad que la primera unción que cada
cristiano recibe en el sacramento del bautismo - la unción catecumenal - sea
sin perfume y anuncie simbólicamente que la vida es una lucha. De hecho, en la
antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición,
tanto para tonificar sus músculos, como para hacer sus cuerpos escurridizos a
las garras del adversario. La unción de los catecúmenos pone inmediatamente en
claro que al cristiano no se salva de la lucha, que un cristiano debe luchar:
su existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena,
porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones.
Un famoso dicho
atribuido a Abba Antonio, el primer gran padre del monacato, dice así:
"Quita la tentación y nadie se salvará". Los santos no son hombres
que se han librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la
vida aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar
y rechazar. Todos nosotros tenemos experiencia de esto, todos: que te sale un
mal pensamiento, que te vienen ganas de hacer esto o de hablar mal del otro...
Todos, todos tenemos tentaciones, y tenemos que luchar para no caer en esas
tentaciones. Si alguno de ustedes no tiene tentaciones, que lo diga, ¡porque
sería algo extraordinario! Todos tenemos tentaciones, y todos tenemos que
aprender a comportarnos en esas situaciones.
Hay muchas personas que
se “autoabsuelven”, que piensan que "están bien", "en lo
correcto" - "No, yo estoy bien, soy bueno, soy buena, no tengo estos
problemas". Pero ninguno de nosotros está bien; si alguien se siente que
está bien, está soñando; cada uno de nosotros tiene tantas cosas que arreglar,
y también tiene que vigilar. Y a veces sucede que vamos al Sacramento de la
Reconciliación y decimos, con sinceridad: “Padre, no me acuerdo, no sé si tengo
pecados…”. Pero eso es falta de conocimiento de lo que pasa en el corazón.
Todos somos pecadores, todos. Y un poco de examen de conciencia, una pequeña
introspección nos hará bien. De lo contrario, corremos el riesgo de vivir en
tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrados a la oscuridad, y ya no sabemos
distinguir el bien del mal. Isaac de Nínive decía que, en la Iglesia, el que
conoce sus pecados y los llora es más grande que el que resucita a un muerto.
Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos pobres pecadores,
necesitados de conversión, conservando en el corazón la confianza de que ningún
pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre. Esta es
la lección inaugural que nos da Jesús. Lo vemos en las primeras páginas de los
Evangelios, en primer lugar, cuando se nos habla del bautismo del Mesías en las
aguas del río Jordán. El episodio tiene algo de desconcertante: ¿por qué Jesús
se somete a un rito tan purificador? ¡Él es Dios, es perfecto! ¿De qué pecado
debe arrepentirse Jesús? ¡De ninguno! Incluso el Bautista se escandaliza, hasta
el punto de que el texto dice: "Juan quería impedírselo, diciendo: “Yo
necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt 3,15). Pero Jesús es un
Mesías muy distinto de como Juan lo había presentado y la gente se lo
imaginaba: no encarna al Dios airado, y no convoca para el juicio, sino que, al
contrario, se pone en fila con los pecadores. ¿Cómo es eso? Sí, Jesús nos
acompaña, a todos nosotros, pecadores. Él no es un pecador, pero está entre nosotros.
Y esto es algo hermoso. "¡Padre, tengo tantos pecados!". - "Pero
Jesús está contigo: habla de ellos, Él te ayudará a salir de ellos". Jesús
nunca nos deja solos, ¡nunca! Piensa bien en esto. "¡Oh Padre, he cometido
algunos pecados graves!". - "Pero Jesús te comprende y va contigo:
comprende tu pecado y lo perdona". ¡Nunca olvides esto! En los peores
momentos, en los momentos en que resbalamos en los pecados, Jesús está a
nuestro lado para ayudarnos a levantarnos. Esto da consolación. No debemos
perder esta certeza: Jesús está a nuestro lado para ayudarnos, para
protegernos, incluso para levantarnos después del pecado. "Pero, Padre,
¿es verdad que Jesús lo perdona todo?". - "Todo. Él vino a perdonar,
a salvar. Sólo que Jesús quiere tu corazón abierto". Él nunca se olvida de
perdonar: somos nosotros, tantas veces, los que perdemos la capacidad de pedir
perdón.
Retomemos esta
capacidad de pedir perdón. Cada uno de nosotros tiene muchas cosas por las que
pedir perdón: cada uno lo piense en su interior, y hoy hable con Jesús de ello.
Cuéntale esto a Jesús: "Señor, yo no sé si esto es verdad o no, pero estoy
seguro de que Tú no te alejas de mí. Estoy seguro de que Tú me perdonas. Señor,
soy un pecador, una pecadora, pero por favor no te alejes". Esta sería hoy
una hermosa oración a Jesús: "Señor, no te alejes de mí".
E inmediatamente
después del episodio del bautismo, los Evangelios relatan que Jesús se retira
al desierto, donde fue tentado por Satanás. También en este caso surge la
pregunta: ¿por qué razón el Hijo de Dios debe conocer la tentación? También
aquí Jesús se muestra solidario con nuestra frágil naturaleza humana y se
convierte en nuestro gran exemplum: las tentaciones que atraviesa y que supera
en medio de las áridas piedras del desierto son la primera enseñanza que
imparte a nuestra vida de discípulos. Él experimentó lo que nosotros también
debemos prepararnos siempre para afrontar: la vida está hecha de desafíos,
pruebas, encrucijadas, visiones opuestas, seducciones ocultas, voces
contradictorias. Algunas voces son incluso persuasivas, tanto que Satanás tentó
a Jesús recurriendo a las palabras de la Escritura. Es necesario custodiar la
claridad interior para elegir el camino que conduce verdaderamente a la
felicidad, y luego esforzarse para no pararse en el camino.
Recordemos que siempre
estamos divididos y luchamos entre extremos opuestos: el orgullo desafía a la
humildad; el odio se opone a la caridad; la tristeza impide la verdadera
alegría del Espíritu; el endurecimiento del corazón rechaza la misericordia.
Los cristianos caminamos constantemente sobre estas crestas. Por eso es
importante reflexionar sobre los vicios y las virtudes: nos ayuda a superar la
cultura nihilista en la que los contornos entre el bien y el mal permanecen
borrosos y, al mismo tiempo, nos recuerda que el ser humano, a diferencia de
cualquier otra criatura, siempre puede trascenderse a sí mismo, abriéndose a
Dios y caminando hacia la santidad.
El combate espiritual,
entonces, nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios que nos encadenan y a
caminar, con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes que pueden florecer en
nosotros, llevando la primavera del Espíritu a nuestra vida.
Comentarios