Escuela, salario y dignidad

 Por Valmore Muñoz Arteaga


Introducción

Toda mi vida ha girado en torno a la Educación Católica. Mi bachillerato transcurrió en el Colegio Javier, mi carrera universitaria se desarrolló en la Universidad Católica Cecilio Acosta, en la cual me gradué para ejercer la docencia en distintos colegios de mi ciudad, entre ellos, el propio Colegio Javier y en el Colegio Antonio Rosmini, del cual fui director dos años, los años de la pandemia. Por ello, creo que tener argumentos vivenciales muy válidos como para afirmar que la educación católica está en la obligación de promover la dignidad de la persona humana. Cualquiera sea la circunstancia, la escuela católica gira en torno a la idea expuesta en el Concilio Vaticano II, según la cual “el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (GS 63).

En la escuela católica, cualquiera sea la circunstancia, siempre deberá concebir una posición clara y firme de una economía humanizada, es decir, “al servicio de la persona”, como lo expresa, no solo la Constitución Gaudium et Spes, sino la Carta Encíclica Populorum Progressio y el propio Catecismo. La persona se erige en el “quicio natural y primordial” sobre el que gira toda la organización económica, así lo reconoció Pío XII en la Navidad de 1952. Palabras firmes que no dan espacio a atajos, giros interpretativos ni acomodaticios.

La dignidad de la persona humana es y será siempre en una institución católica el único parámetro válido de significación total: de toda su organización social y, por supuesto, de la organización económica, así se concluye en la Carta Encíclica Mater et Magistra. En tal sentido, en toda institución educativa católica, debe prevalecer la búsqueda infatigable del bienestar humano y social de sus miembros. Cada decisión que se tome en una institución católica debe brotar de una conciencia clara sobre el valor supremo que es el hombre, el hombre en su totalidad, incluido su destino trascendente, y no solo como ser indigente material.

El tema salarial en la institución católica

Cada realidad es particular. No todas las escuelas católicas viven una situación similar. Cada una responde a una realidad que le es propia tanto en sus posibilidades como en sus limitaciones. Esto es indiscutible. Sin embargo, sea cual sea la realidad que viva una institución católica, la finalidad económica no puede ser otra que la de asegurar la permanente satisfacción en bienes y servicios materiales dirigidos al incremento de las condiciones morales, culturales y religiosas de sus miembros. Así lo resaltó San Juan XXIII en su alocución a las ACLI en 1959, asegurando que el conjunto del proceso económico debe ajustarse siempre a las necesidades de la persona.

Cuando se piensa en salario, lo que debe prevalecer en todo momento es la persona como punto de referencia y horizonte último de todo el proceso de la actividad económica. Todo razonamiento económico debería estar al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas, en este caso, del personal que hace vida en la institución. Ahora bien, ¿qué son estas necesidades humanas? ¿Cómo interpretarlas y definirlas? La Doctrina Social de la Iglesia señala que, partiendo de la dignidad de la persona humana, se configura éticamente el concepto de necesidad que buscará, en todo momento, cubrir lo elemental y primordial para la subsistencia biológica, entre las que se incluye, la alimentación, el vestido, la vivienda, la educación y “la sana restauración de la salud del alma y del cuerpo” (DC 455-456).

En Casti Connubii, Pío XI señala que al trabajador hay que fijarle una remuneración que alcance a cubrir el sustento suyo y el de su familia. El trabajo no puede ser valorado justamente ni remunerado equitativamente si no se tiene en cuanta su carácter social e individual, señalará en Quadragesimo Anno. Mucho más clara y precisa, por ello, de alguna manera, es el documento central de toda la Doctrina Social de la Iglesia, resulta la Carta Encíclica Rerum Novarum al señalar que “entre los primordiales deberes de los patronos se destaca el de dar a cada uno lo que sea justo. Cierto es que para establecer la medida del salario con justicia hay que considerar muchas razones; pero generalmente tengan presente los ricos y los patronos que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena, no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas”.

Ahora bien, también la Iglesia piensa en las condiciones de la empresa, en este caso, de la escuela. La Iglesia no es populista ni irresponsable, por ello deja claro que para “fijar la cuantía del salario deben tenerse en cuanta también las condiciones de la empresa y del empresario, pues sería injusto exigir unos salarios tan elevados que, sin la ruina propia y la consiguiente de todos los obreros, la empresa no podría soportar” (QA 72). Esto está claro y es racionalmente lógico. En tal sentido, existen otras dinámicas compensatorias que definirán las realidades particulares. Sin embargo, lo que sí debe prevalecer en todo momento, en la necesidad de establecer lo que hoy se denomina salario emocional y este salario también lo predetermina la dignidad de la persona humana. No es ético, sino más bien, una vulgaridad criminal y despreciable el maltrato físico, mental y emocional al cual muchas veces son sometidos los miembros que conforman la institución: constituye un horrendo abuso.

Nuevamente la dignidad de la persona humana

En la Audiencia General del pasado miércoles 12 de agosto, Papa Francisco afirmó que la dignidad humana como fundamento de toda la vida social, además de “inalienable, porque ha sido creada a imagen de Dios”. Humanamente hablando, muchas veces la soberbia nos termina superando, en especial cuando se asumen cargos que implican el ejercicio del poder, me ha ocurrido, más aún cuando no hemos sido preparados correctamente para asumir dichos cargos. En esos momentos y para ver con claridad cómo brilla la dignidad del otro, el Papa Francisco pidió al Señor “que nos d ojos atentos a los hermanos y a las hermanas, especialmente a aquellos que sufren”, reconociendo la dignidad humana de cada persona, cualquiera sea su raza, lengua, o condición. "La armonía te lleva a reconocer la dignidad humana, aquella armonía creada por Dios".

Recogiendo todo el espíritu social de la doctrina católica, el Papa pidió durante la Eucaristía correspondiente al Día de San José Obrero de 2020 que “a nadie le falte el trabajo y que todos sean justamente remunerados y puedan gozar de la dignidad del trabajo y la belleza del descanso”. El trabajo humano es la “vocación recibida de Dios y hace al hombre semejante a Dios” porque con el trabajo “el hombre es capaz de crear”. Por ello, dijo el Papa, el trabajo da dignidad. Pero esta dignidad “muchas veces es pisoteada, así como lo han pisoteado en la historia, incluso hoy hay muchos esclavos, esclavos del trabajo para sobrevivir: trabajo forzado, mal pagado, con la dignidad pisoteada. Se le quita la dignidad a la gente. Por ello, cualquier injusticia cometida contra el trabajador es un atropello a la dignidad humana”.

Recientemente, Venezuela vio, no sé si con vergüenza, cómo eran tratados sus maestros y profesores. Reducidos a mendicantes para su señalamiento social. Este espíritu oscuro no puede formar parte de la vida que transcurre en una institución católica, sería un contrasentido, sería la negación de una de las enseñanzas más firmes que ha brindado la Iglesia Católica en su peregrinar por los siglos XX y XXI. Por eso, uniéndome al ruego de la Papa y al de muchos que claman al cielo, pido que a nadie le falte el trabajo y que todos sean justamente remunerados.

Paz y Bien


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