La lengua de Virgilio. Por Antonio José Ponte


 

En este mismo patio

En este mismo edificio (mismísimo edificio, habría escrito un espíritu tan extrovertido como el de Virgilio Piñera), antigua sede  de la sociedad  Lyceum,  ocurrieron  dos importantes hechos. Del primero queda un libro, pero antes fue una serie de conferencias que dictó aquí Cintio Vitier: me refiero a Lo cubano en la poesía. Del segundo, suceso de menos monta, queda  el  recuerdo   inseguro  de  algún  contemporáneo.   Según Mariano Rodríguez en el patio del Lyceum pelearon José Lezama Lima y Virgilio Piñera, pelearon a golpes.
Gracias a la memoria de un lugar hago entrar a tres nombres que van a ocuparme: Virgilio Piñera, Cintio Vitier y José Lezama Lima.

 

 

La pelea del patio

A Nietzsche le molestaba que se dijera siempre Goethe y Schiller llamándolos por par. Me parece que nosotros decimos demasiado Lezama y Virgilio. Pero cuando decimos Lezama y Virgilio que­remos dar a entender la mayoría de las veces Virgilio versus Lezama, la pelea del patio.
Déjenme afirmar que Piñera paladeaba ese reto entre real y acrecentado por él mismo, y voy a dejarles tres citas a cambio. La primera viene de una prosa de Virgilio, suerte de crónica social en la que narra una fiesta de santo de Lezama Lima. Son de las pági­nas más divertidas escritas por él. En ellas, a la hora de los retra­tos, surge el asunto de las precedencias y los invitados empiezan a preguntarse quién se inmortalizará junto al Maestro Lezama: «por supuesto todos afirman a una que el otro Maestro, el Piñera, si no tan glorioso al menos tan viejo como el Maestro número uno. Así pues el lente mágico del arquitecto Bilbao toma al Maestro núme­ro uno y al Maestro número dos, ambos sentados, como dos caguamas filosóficas calentándose con el sol de los muertos y el no menos muerto sol de la gloria literaria».
La segunda cita no vale la pena citarla: a la muerte del autor de Paradiso, Virgilio escribe su soneto en homenaje. Reconoce en la muerte la principalía del otro y se otorga a sí mismo un segundo lugar como en la crónica del santo. La última cita que les dejo es de una carta de 1942 al mismo Lezama. Piñera, que acaba de publicar El conflicto, le escribe: «Qué sereno tiempo cuando este libro y tu libro; tus libros y mis libros se encuentren en una libre­ría cualquiera en ese precioso tiempo que forman cien años sobre tu muerte y la mía». Hechos polvos los cuerpos, cien años más allá de la muerte, los libros continuarán un ajedrez póstumo. Con cartas y poemas, con diálogos perdidos ya, Virgilio Piñera cebaba aquella antagonía. Si después de publicarse Paradiso ofreció a su contrincante la precedencia lo hacía para atestiguar que era él y no otro el llamado a secundarlo, el único posible en emparejársele.
Se ha dicho que es fácil detectar lo lezamiano en los poemas iniciales de Virgilio. Puede afirmarse también que un poema como La escalera y la hormiga del último poemario de Lezama Lima, está escrito en lo mejor del aire piñeriano. Y más, algunos poemas de las últimas épocas de ambos resultan bastante canjea­bles entre sí. Es la historia teatral del flaco que se come al gordo y luego va a ser comido por el flaco.



 

El gran antagonista

Gombrowicz, José Triana, Ionesco, Aimée Césaire, José Lezama Lima: ningún escritor cubano ha sido tan explicado por antagonías. La obra de Virgilio Piñera parece surgir de esas rivalidades. Capaz de reconocer en otros la afirmación que había que acallar con respuestas contrarias, capaz de reconocer las voces imprescin­dibles de discutir, Piñera pujaba desde las antagonías.
Puja, es el pujón. No habrá más que leer sus piezas fallidas, sus malos chistes, sus cuentos pesados a deshora. Y es que ha sido mal administrado en lo póstumo: las revistas celebran borradores, comienzos penosos de escritura.
Escribía negando. La suya fue escritura reactiva como ciertos preparados químicos. Tuvo tan clara conciencia de otras voces que vino a completar. Escribió para dotar a la literatura de algo que le estaba faltando y él echaba de menos.
Ahora bien, definir por negaciones obra como la suya signifi­ca dejar bastante intocado su cuerpo. Las definiciones negativas van bien con el cuerpo incorpóreo de Dios porque lo numinoso queda a resguardo de palabras. Pero un Virgilio por negaciones constituye un paseo alrededor de las murallas, un Piñera perimetral. Las definiciones negativas, hurtando el cuerpo a definir, subrayan también la pasividad de ese cuerpo: no es tal o más cual cosa, tampoco es lo de allá, y acaba siendo algo disminuido muer­to alrededor de lo cual giran y bailan las cosas que sí son. Pero, ¿giran y bailan?
Al definir a Virgilio Piñera, ¿dónde poner el pie que toque fondo? ¿En un Lezama inentendido aún que le entregamos como antagonista? Comenzamos a movernos entre un par de vértigos: la petición de principio, vicio de la lógica, y la historia ab ovo, vicio de la retórica. Petición de principio porque presuponemos que Lezama es tal cosa para que un contrapuesto Virgilio sea esta otra. Historia ab ovo, desde el huevo, porque nos recorre un remilgo que dice: es imposible definir a Virgilio sin haber defini­do a Lezama que significa definir Orígenes, definir la República, Martí y puntos suspensivos hasta el principio de los tiempos.
Cintio Vitier preguntó en una conferencia dicha aquí por los muros de nuestra fundación, el huevo de donde venimos. Vamos a Lo cubano en la poesía.

Dentro de Lo Cubano

En la pregunta vitieriana por esos muros empieza a estar el muro, en ese libro ineludible hay páginas sobre la poesía de Virgilio Piñera, páginas lamentables en que nos detendremos.
Antes de pronunciar esas conferencias que forman Lo cubano en la poesía, su autor Cintio Vitier pasó por otros libros: recuér­dense su antología de diez poetas origenistas, y la de cincuenta años de poesía cubana, y la tesis de grado de Roberto Fernández Retamar publicada bajo el sello Orígenes, y un artículo -éste menos conocido- que Vitier publicara en la Revista Cubana. Allí, en Recuento de la poesía lírica en Cuba, Cintio Vitier aprecia la obra poética de Piñera si no ganado por la simpatía tampoco ahondando en el rencor. ¿Qué ha sucedido entonces entre ese artí­culo de 1956 y la conferencia de 1957 para que Cintio Vitier varia­ra tanto su trato con los mismos poemas? La respuesta debe estar en las hemerotecas que atesoran los números de Ciclón.
Las páginas dedicadas a Virgilio Piñera en Lo cubano en la poe­sía comienzan lamentándose de que las piñerianas no sean solu­ciones tan armoniosas como las de Ángel Gaztelu. Después, un amarillo de Lezama, el amarillo del poema Noche insular: jardines invisibles, es comparado con una rabia amarilla de Virgilio, el ene­migo rumor lezamiano demerita al sórdido rumor de un poema del otro. Para Cintio Vitier, Virgilio Piñera da la nota disonante con La isla en peso. Ahí no valen ya comparaciones porque tal poema, en la óptica de Vitier, no puede parecerse a nada nuestro ni siquiera por contraposición. Contraponerlo a otro poema de cubano sería tenderle puentes. Cito una frase: «Es obvio en el tono y la tesis de este poema el influjo de visiones que (...) de nin­gún modo y en ningún sentido pueden correspondemos. Nuestra sangre, nuestra sensibilidad, nuestra historia (...) nos impulsan por caminos muy distintos». Nuestra, nuestra, nuestra: pronom­bre repetido como en una consigna.
A La isla en peso se le emparejan, eso sí, los siguientes uni­versos presuntamente extraños: existencialismo, surrealismo y negritud. En veredicto de Vitier «este testimonio de la isla está falseado». Cuba se ha convertido, Piñera mediante, en una Antilla cualquiera, nos antillanizamos. De isla pasa a ser archi­piélago, muchedumbre. Cuba ha sido ninguneada. Virgilio Piñera es la pupila desustanciadora cuando la meta está en hallar sustancia.
(Barbarito Diez canta de fondo el estribillo: «Esas no son cuba­nas... ésas no son cubanas».)
Terminan esas páginas con una celebración, la de Vida de Flora, y un diagnóstico que Cintio Vitier aventura: «no nos extra­ñaría», escribe de Piñera, «que todas sus actitudes estuvieran dic­tadas por el reverso retórico de un romanticismo inconfesado». Conjetura de teólogo para explicarse la voluntad del mal, procu­ra destorcer lo retorcido: la escritura piñeriana como retorcimien­to del espíritu.
María Zambrano lo habrá pensado a su manera al escribir que la poesía de Virgilio tiene mucho de confesión al revés. Con ello regresamos a la génesis de la escritura por antagonías. Sólo que ahora el antagonista vive dentro del propio Virgilio Piñera y ese romanticismo inconfesado al que se refería Vitier es la almendra cíe su escritura. Piñera es su propio antagonista, figura poética que repitió en su poesía última: el eterno tironeado de sí.
Hablé de teología y no nos perderemos en discusiones de con­cilio si traigo un par más de aseveraciones teologales. Una de José Lezama Lima en el poema donde celebra el sesenta cumpleaños de Piñera:
Como sólo existen el bien y la ausencia,
los demonios y los ángeles se esconden sonriendo.
La otra, del propio Piñera, de su poema Testamento:
Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles...
Tratando de entender a Virgilio Piñera atravesamos las expli­caciones debidas al problema del mal. «Cambió la ingenua poe­sía», nos confirma Vitíer, «por los infiernillos literarios.»



 

La pesadilla y el sueño

Qué pueda ser la ingenua poesía podemos encontrarlo, dentro del grupo Orígenes, en poemarios de Eliseo Diego, Fina García Marruz, Octavio Smith, del propio Cintio Vitíer o en los capítu­los primeros de la novela Paradiso. Es el sueño origenista: los sublimados primeros años de la República.
Diego, García Marruz y Smith tienen líneas de poemas para el mimbre del que tejieron los muebles familiares de sus quintas y casas. Octavio Smith llama mimbre infinito al aire de la isla. Piñera, en cambio, hace con ese mimbre la cuerda del pecado con la que morimos en el poema Las Furias. Se ahoga en esa atmósfe­ra patriarcal de inicios de siglo, difama del mimbre «por una cues­tión sanitaria, una mera cuestión sanitaria». Abjura del mimbre como emblema del retrato de familia, de los mejores años que no fueron nunca y del aire de isla que respiramos. Con él el sueño origenista se convierte en pesadilla.
Los cuentos donde Virgilio persigue lo frío han sido cataloga­dos de programáticos por Cintio Vitier. Igual acusación planea sobre La isla en peso. La insistencia de algunos escritores del grupo Orígenes en los primeros años republicanos cuaja igual en progra­ma. Personalmente, me aburren tanto los programas del mal como los del bien. La isla en peso puede repletarme tanto como me cansa En la Calzada de Jesús del Monte.
Un programa de añoranzas fastidia igual que —pongamos ejemplos— el programa de crueldades que ensaya el Filántropo en la obra teatral homónima de Piñera, o la escalada didáctica que cuenta La carne de Rene. Resulta tan pueril la exhuberancia de la malignidad como la morosidad nostálgica con que vivían en las quintas las figuras paternales.
Cintio Vitier fue incapaz de entender a Virgilio Piñera o lo cegó el rencor. Traduce a Rimbaud pero no puede percibir la estancia de Virgilio en los infiernos, comprende a Julián del Casal y atiza contra un contemporáneo suyo las mismas acusaciones de exotismo que Casal padeció.



 

La lengua de Virgilio

No sé si ustedes son capaces de enunciar sus sueños, tal vez no tengan nombres para ellos o andemos escasos de sueño. Dudo que un sueño nuestro pueda coincidir con el que los origenistas alen­taron, sueño o espejismo. Las pesadillas, sin embargo, son en mucho las mismas, y Virgilio Piñera supo dar con ellas. Absurdo, nada, vacío, sinsentido: acostumbran a llamarla con algunos de estos nombres. Situaciones que continúan repitiéndose, pesadillas que no asustan tanto desde que podemos saltar en la anagnórisis: «Si esto es puro Virgilio, caballeros». Así mismo, Piñera nos legó un repertorio de frases que decir en los ómnibus o en las paradas por donde éstos no pasan, en las casas de huéspedes y en el bar, en la esquina y en el patio de butacas, en la antesala del dentista y en la funeraria, en el parque y en la carnicería, en la barbería y en la cola del pan, en la crónica social y en la policíaca, en el secre­teo y en el grito de solar. Como personajes suyos hablamos en Piñera clásico, hemos caído en la lengua de Virgilio.

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