Relatos de Adriana Prieto





De no ser por la vena
De no ser por la vena que se salió de su pie, su vida no hubiera cambiado nada. Vio que poco a poco se salía y sintió que no debía ser mayor preocupación para él. Se comenzó a alarmar cuando notó que ésta se inflaba como un globo, su sangre era casi transparente, mientras más se inflamaba la vena más transparente se hacía todo, llegó a convertirse en una tela invisible que parecía un gran lazo sobre su pie. Caminaba entonces elevando ese globo que lo sostenía, era una sensación única, su cuerpo había adquirido un ritmo muy particular al caminar; su preocupación apareció el día en el que el globo explotó, se escuchó un gran estallido, y cuando miró, su pie parecía de un recién nacido, lo cubría un polvo blanco que parecía talco y sutiles manchas rojas evidenciaban que alguna vez hubo sangre por allí. Al llegar al hospital el médico le explicó que la vena rechazaba totalmente el pie, por alguna extraña razón su cuerpo había decidido no tenerlo más como acompañante.
El médico mirándole a los ojos le dijo: “Es inevitable, su pie debe ser cambiado por otro”.
De no ser por la vena que se salió de su pie, su vida no hubiera cambiado nada.

Ya a punto de caer me agarro de un ala
Ya a punto de caer me agarro del ala de un ave que va pasando. Ella sigue su camino. Al sentirme ignorado me suelto nuevamente y de inmediato delante de mí veo una nube, me acomodo y me dejo caer plácido en ella, ella, como si nada continúa su leve movimiento. Miro mi cuerpo, me siento ofendido y me echo a un lado. Sigo mi camino. De repente siento que no hay nada más, sigo cayendo sin un ave que me recoja, sin una nube que me busque. Cuando menos lo pienso, me agarra una mano: —¿Y tú, qué haces aquí? —me pregunta. —¿Yo? —le respondo—: ¡cayendo!

Al levantarse cada mañana
Al levantarse cada mañana sentía cómo la gota caía, lentamente, desde la mitad de su cabeza hasta llegar a la punta y desaparecía. Nadie podía creer que algo le caminaba por la cabeza, que algo se vaciaba gota a gota, que algo se le escurría por dentro. Ella, en cambio, sí lo percibía, cada día que pasaba sentía cómo iba saliendo algo, cómo su cuerpo se iba debilitando, cómo su delgadez y su tez cambiaban diariamente. Trató de ignorarse, de hacerles caso a los demás, era imposible que eso le sucediera, era lo que decían todos. Continuó así. Un día se echó a caminar y nadie la detuvo, nadie la podía detener, no hubo forma de comunicarse con ella, nadie lo entendió, era como si su ser hubiese escurrido entre la nada, como si realmente estuviese vacía.


Una voz dijo…
Y cuando escuché la voz que dijo: “¡Háganse las flores!” y de cada rincón nacían nuevas, coloridas y hermosas flores sentí que algo estaba sucediendo. Sentí que ya no era la misma, ahora mi nariz percibía olores agradables, perfumes alegres. De todo mi cuerpo fue mi nariz quien me enseñó la alegría, la alegría de oler más allá de mí misma, la alegría de percibir distintas tonalidades de un mismo olor, diferenciarlos según la hora del día. Cuando ya estaba completamente consustanciada entre diversos olores y mi vista se dejaba llevar y se perdía entre tantos colores, volvía de nuevo esa voz, que esta vez dijo: “¡Hágase el viento!” y en ese momento surgió una brisa odiosa que levantaba mi cabello y hacía bailar a las flores, sentí que no lo necesitaba, que estábamos bien sin él, hasta ahora mi mundo era perfecto, ese viento fastidioso lo único que hacía era molestarme, pegarme en el rostro, no lo quería, pero insistentemente seguía ahí, no había manera de que me ignorara, me ponía de espalda, de frente, de perfil, ya no sabía qué posiciones hallar para que no me tocara, no me persiguiera, pero parecía que la molesta era sólo yo, ellas, las flores, seguían bailando de un lado para otro, sin parar, a veces, en medio de tanto viento, me parecía escuchar un leve canto de alegría que trataba de invitarme al baile. Pensé y después de un rato accedí, no podía ser yo la única molesta. Ellas me dieron un espacio. Me acosté y en ese momento sentí un leve cosquilleo por todo el cuerpo, comenzó una brisa fría y constante mientras las flores me acariciaban. Sentí que todo había cambiado, ya no me quería levantar, quería dejarme llevar por el viento a cualquier parte que quisiera, quería que mi cuerpo perdiera su peso, flotara y siguiera el rumbo del viento. De repente escuché: “¡Hágase la lluvia!”. Y comencé a sentir a lo largo de mi cuerpo gotas pesadas y húmedas que caían por todas partes, todo comenzaba nuevamente. Me senté repentinamente y las flores se habían escondido, me levanté para escapar a esos disparos pero ellas me perseguían y ahora el viento las ayudaba a pegarme por todos lados, el pobre viento no podía imaginar que su sutileza podía convertirse en algo tan real y preciso como ese disparo que no me dejaba caminar, no podía ver, incluso temía que en mi huida lastimara a las flores, no era mi culpa, ellas lo entenderían, me conocían. Mientras caminaba me preguntaba: ¿qué hacía yo allí, mientras nacían las cosas?, ¿qué hacía yo allí en medio de tanto alboroto? Era una caminata larga y las piernas se estaban convirtiendo en esa lluvia que ahora recorría los caminos, ya no querían seguir, no me obedecían, se empeñaban en deslizarse dentro del agua, en dejarse llevar, insistentemente continuaba, no me quería detener, pero en un momento sentí que todo mi cuerpo era lluvia y ya el cansancio no me dejaba continuar, así quedé inmovilizada, no podía más, mi cuerpo agua no avanzaba más; y vi a lo lejos arriba una luz que espantaba la lluvia, no lo podía creer, una luz amarilla y cálida que me daba la bienvenida y hacía que todo se tranquilizara nuevamente, y de repente volvía esa voz, de nuevo esa voz que esta vez dijo: “¿me estás prestando atención?”, y por fin pude responder: “No mamá, esta historia no me gusta”.

Comentarios

Luis Ángel Barreto ha dicho que…
Maravillosos. ¡Quiero leer más!

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