Fuera de tiesto (1971-1974). Por Armando Rojas Guardia



1

llueve afuera y otra vez sin previo aviso los ratones, el miedo irreprimible al desamparo, una lástima lúgubre hacia todo, el triste olor de las paredes, esta pulcra sensación de que no importa, de que siempre será así, de que después de todo nunca se escuchará girar el picaporte y el ruido inconfundible de una puerta que se abre y entonces de repente sólo el mar, la vasta exclamación de una llanura.

2

me sentía feliz porque más que viendo todo iba dejando como siempre que todo me abrazara, que aquello se fuera concretando como un remolino de colores en el centro del cual yo siempre encuentro eso que busco allí detrás, en la mitad, la cifra clave que ensambla desde ella los pedazos, y estaba feliz en la misma medida en que la hallaba, y tenía un gustazo grueso calentándome la sangre, y todo era muy hermoso sí, bastante hermoso, hasta que repentinamente se colaba ese delgado y frío gusanito en pleno grosor del entusiasmo, un sobresalto repentino que yo no me esperaba, una luz blanca como un flash impertinente, una pieza que no se casaba por supuesto en el contexto pero que sin embargo estaba allí reclamada por todo lo demás, algo fatal cagándose sin más en el ritmo y los colores, algo tan torpe como la certeza inexplicable de que aquello no bastaba, de que no había bastado nunca y yo ya lo sabía, aquello no bastaba, era indudable, y no quedaba otro camino que sacarle el cuerpo a la desilusión que me estaba ametrallando la alegría, porque si aquello no bastaba, coño, entonces qué bastaba, si eso tampoco era entonces hasta cuándo.

3

esta clase de hambre no se sacia, estirpe que lleva la forma de la decepción entre las manos, poderoso astro de sed brillándome sin tregua, precisa convicción de que me estoy alejando de la playa para siempre, y ya se van desdibujando poco a poco las líneas de la costa, y entonces el frágil punto firme que resume la franjita de tierra en la distancia es comido sin remedio por la anchura gigantesca de mi hambre, de mi hambre que tiene muchos nombres, el primero de los cuales obviamente es soledad.

4

aseada zona donde todas las piezas engranan sin trastornos, los minutos hacen fila india de la misma idéntica manera, las pisadas se saben componiendo la gran marcha triunfal de la eficacia, donde nunca se supo de alguna discontinuidad inofensiva, algún gesto diacrónico, alguna grieta pequeñita en la lisa superficie por la que uno pueda huir hacia la selva, hacia el vértigo espacial, hacia la vida, hacia algo así como el tiempo americano del llano o de los Andes en el que las horas danzan en vez de desfilar.

5

el estentóreo deseo de romper totalmente con los moldes, un ansia irreparable de buscar lo que no se me ha perdido, la nostalgia de algún punto solar del que yo lo único que sé es que no se encuentra acudiendo al horario de los trenes, y sin embrago es la única tierra que tenemos prometida, la Itaca probable a donde podemos atracar con aires de certeza, la evidencia granular que muy de cuando en cuando nos deslumbra, ese imprevisto coágulo de vida que nada tiene que ver con los minutos democráticos del reloj confederado y que es literalmente lo único que importa.






Del libro Del mismo amor ardiendo

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