Las Nuevas Modalidades del Goce el Medio es el Deseo. Por Esther Díaz


El pansexualismo es, actualmente, nuestro modo de ser en el mundo. He ahí imágenes carnosas, músicas sugerentes, afiches con intimidades gigantescas, líneas calientes, cibersexo, desnudos femeninos, metrosexuales masculinos, en fin, proliferación de referencias eróticas en casi todos lo ordenes sociales. Sin embargo, este innegable fenómeno obsceno no es un invento posmoderno. Su origen, fundamento y desarrollo comenzó en plena madurez de la modernidad. Nosotros, simplemente, asistimos a su consumación. Y como sabemos, lo que se consuma, se consume.

En las postrimerías del siglo pasado, este exceso de sexualidad entretejido con la proliferación mediática y digital, la aparición del virus del sida y el desarrollo de la biotecnología comenzó a producir la desaparición del cuerpo en las relaciones deseantes. Pero elidir el cuerpo material no necesariamente significa “histeria” en sentido freudiano. Puede significar, más bien, la instauración de nuevas formas de realización del deseo que, como no podría ser de otra manera, traen aparejadas nuevas formas de satisfacción y, obviamente, también de frustración. Hoy, quien se excita y excita a través de los medios sin consumación carnal no necesariamente queda insatisfecho como el histérico decimonónico; porque siendo otras las formas de desear, otras serán también las formas de disfrutar.

En el dispositivo moderno de sexualidad se codificó la pulsión deseante estimulando lo que aparentemente se quería reprimir. La prohibición de la masturbación multiplicó la práctica del autoerotismo, el encierro de las relaciones sexuales en los estrechos límites de la cama matrimonial estimuló la búsqueda de placeres ajenos a la modorra doméstica, los eufemismos respecto de lo sexual provocaron un aluvión de deseo. Es así que, en la madurez moderna, la pedagogía, el derecho penal, el orden militar, la medicina y el discurso religioso se lanzaron de una manera desorbitada a ocuparse de lo mismo que estaban controlando e instaurando: la sexualidad.

Pero, en el tercer milenio, la satisfacción ya no responde obligatoriamente al presupuesto de la penetración, la eyaculación y el orgasmo pénico-vaginal. Nuevas prácticas sociales han creado nuevas representaciones del deseo. Por su parte, la masturbación, tan despreciada otrora, ha comenzado a mostrar sus virtudes en épocas de mediatización, biotecnología, informática y sida.

La noción de histeria vigente en el imaginario social actual, si bien surge de la categoría freudiana de histeria, se independiza de las connotaciones técnicas de tal noción. La causa de la histeria, en Freud, es la huella psíquica de un trauma de contenido sexual. Esa huella ha sido provocada por alguna agresión exterior relacionada con acontecimientos de experiencias sexuales prematuras e insatisfactorias. La irrupción de la histeria freudiana se remonta casi invariablemente a un conflicto psíquico, a una representación perturbadora que pone en acción la defensa del yo.

Para que se forme un síntoma histérico tiene que haber un esfuerzo por defenderse de una representación angustiosa. Se trata de reprimir una representación penosa recurrente. No obstante, la represión es una defensa inadecuada del yo, porque produce frustración y no logra superar el trauma vivido. Ante el fracaso de la represión se constituye lo que Freud denomina conversión, que consiste en la transformación de una carga de energía que pasa del estado psíquico (la representación penosa) al estado somático (el sufrimiento corporal). De este modo la representación inconciliable se torna inofensiva ya que la carga representativa se traslada de lo psíquico a lo corporal. El malestar persiste, pero ya no hegemoniza la mente, se comienza a sentir en el cuerpo.

Ese sufrimiento somatizado tiene una potencia equivalente a la satisfacción de un orgasmo. No porque se goce, sino porque la carga de energía invertida en sufrir es similar a la requerida para obtener un orgasmo. Además, la parte del cuerpo en la que se efectuó la conversión (puede ser cualquier parte del cuerpo) toma el valor de un órgano sexual. La vida sexual del histérico es una paradoja sufriente. Se trata de un cuerpo profundamente erotizado coexistiendo con una zona genital anestesiada. La contradicción reside en que se produce una necesidad sexual excesiva y –al mismo tiempo- un rechazo de la sexualidad. Pero cuando las consideraciones sobre la histeria atravesaron los gabinetes científicos y comenzaron a circular por la sociedad fueron reducidas a fórmulas o clichés. De modo tal que la histeria pasó a ser liza y llanamente sinónimo de algunas manifestaciones casi mecánicas como gritar sin ton ni son o convulsionarse, o excitar y excitarse sexualmente rechazando la consumación.

Otra pérdida de sentido sufrida por la noción de histeria en su traslado de los ámbitos científicos al imaginario social, es la idea de que quien “histeriquea” lo hace conscientemente. Es decir, pone su voluntad al servicio de seducir a alguien y luego lo descarta. Sin embargo, en la noción psicoanalítica, el histérico no construye esas conductas por designio de su libertad consciente, sino por medio de mecanismos psíquicos inconscientes que van más allá de su voluntad de elegir. El imaginario colectivo, al despojar a este tipo de neurosis de su condición de enfermedad, impregnó de culpa la conducta histérica, como si el neurótico fuera responsable de los síntomas de su enfermedad.

Ahora bien, Freud no estudió la histeria descontextualizada. Esta neurosis, como todas las patologías por él estudiadas, se inscribe en un marco teórico referencial construido en parte por Freud y acorde con ciertos supuestos sociales que imperaban en su época. Es verdad que muchos de esos supuestos fueron deconstruidos por la teoría freudiana. Pero Freud no podía prescindir absolutamente de los supuestos epocales en los que persistía. Lo subyacente, en ese caso, parece ser que la satisfacción sexual “normal” debía provenir de la relación con un objeto de deseo (otro sujeto) heterosexual y consumarse de manera casi bíblica.

En consecuencia, si la idea regulativa de una satisfacción sexual plena es el modelo planteado, se desprende casi necesariamente que quien no observa tal conducta y se excita con otra persona sin consumación tradicional, es un histérico. Pero considerando que el deseo no es algo invariable a través del tiempo, sino una construcción social, se puede concluir que si existen nuevas prácticas sociales, se producen nuevas formas de deseo; mejor dicho, nuevas formas de representaciones del deseo.

La histeria decimonónica respondía a prácticas propias de la moral victoriana represora, pacata y multiplicadora de deseo a costa de coacciones. Respondía al modelo reinante en el orden burgués, según el cual los niños eran seres asexuados y, de no ser así, eran una especie de monstruos. Finalmente, respondía asimismo a la idea de que la única sexualidad “saludable” era entre adultos de distinto sexo y con consumación tradicional. Resulta obvio que el psicoanálisis sacudió ese modelo y promovió cambios. Pero también promovió nuevas codificaciones del deseo.

Las prácticas eróticas modernas se sustentaban sobre el imaginario burgués que, a su vez, se había constituido sobre el modelo que milenariamente habían impuesto la ciencia médica antigua, primero, y la religión cristiana, después. Aunque no importa tanto, en este caso, lo que la gente realmente hacía, sino lo que se supone que debía hacer, primero en nombre de la moral y más tarde en nombre de la salud mental. Todavía se pueden encontrar psicólogos que consideran que la homosexualidad es una enfermedad o que las conductas sexuales que no responden al modelo hegemónico (aun cuando se realicen con acuerdo de participantes adultos y sin involucrar a nadie contra su voluntad) son perversas. Esto no le quita méritos al psicoanálisis en su tarea desmitificadora y efectiva acerca de la sexualidad humana. Pero tampoco lo pone a salvo de haber ejercido cierto poder domesticador sobre la pulsión deseante, en tanto el origen (y la posible resolución) de los conflictos sexuales son remitidos, en general, a la escena primaria.

Para acercarse a la comprensión de las prácticas actuales se debe considerar asimismo la tecnociencia médica - que tradicionalmente estuvo en contra de la masturbación- y ahora no sólo la acepta sino que la promueve. La fecundación in vitro necesita masturbadores, a los que se estimula mediante videos, revistas porno y, en algunos casos, juguetes sexuales esparcidos por la aséptica sala de un centro de salud especializado en inseminación artificial.

Otro tanto podría decirse de la “bendición” que la informática le otorga a la masturbación. Los millones de dólares que circulan detrás de la venta de pornografía por internet deben ser equivalentes a los millones de masturbadores que produce. El chateo también está atravesado por pulsiones autoeróticas. A esto se puede agregar otras prácticas contemporáneas como mantener “relaciones sexuales” con equipos de realidad virtual, o el intercambio obseno telefónico, o “hacer puerta” en las inmediaciones de las discotecas -donde todo el juego se reduce a mirar y seducir- o entrar y bailar solo delante de una espejo, o “transar”, es decir, abrazarse, besarse, excitarse y no consumar.

Sin embargo, considero que esas prácticas no necesariamente producen insatisfacción histérica. Porque el imaginario social actual no exige, como el moderno, penetración real, eyaculación y orgasmos pénico-vaginales. Exige, más bien, abstenerse de tener relaciones o tenerlas con cuidadosas prevenciones que –sida mediante- nunca llegan a ser totalmente seguras. Tampoco se debería perder de vista que los jóvenes actuales han nacidos bajo el influjo de los medios masivos. En algunos casos han estado más horas frente a una pantalla portadora de imágenes de cuerpos perfectos ajenos a la familia, que frente a la materialidad de cuerpos maternos o paternos concretos que en otros tiempos provocaban –al menos teóricamente- atroces deseos incentuosos.

Estos jóvenes han comenzado a desarrollar sus actividades sensomotoras tocando teclas de computadoras que le abrieron las puertas de mundos maravillosos ¿Por qué deberían querer una satisfacción más allá del medio mismo, si el en el medio ya hay encanto? El autoerotismo parece llamado a constituirse en la menos riesgosa de las satisfacciones sexuales. Con las nuevas tecnologías al servicio del deseo falta piel, olor y sabor (que no siempre son agradables a nivel de la realidad). Aunque se compensa con el desborde de la imaginación. Por teléfono, chat o mail, mi amante puede ser perfecto. La seducción, que es del orden de la ilusión, se despliega serena en el juego virtual alejada de los cuerpos.

Si esto es así, la conducta de excitar sin consumar ya no puede ser considerada necesariamente histérica. En algunos casos ni siquiera se trata de patologías, sino de nuevas formas de deseo o de representación del deseo que han encontrado nuevas formas de satisfacción en el medio mismo. La insatisfacción de la histeria surgía de un modelo socialmente aceptado que era doblemente “perverso”, porque dirigía los flujos del deseo hacia una forma hegemónica de realizarlo y suponía una niñez asexuada. Pero en el imaginario actual, las cosas comienzan a ser diferentes y nos beneficiamos con una multiplicidad de modelos. Se goza con la pantalla erotizada del cine, la televisión, la computadora o los juegos electrónicos, con el teléfono, con los sonidos surgidos de un aparato de audio o con la comunicación digital con un ser desconocido, y llegado el caso, hasta se puede concertar un encuentro real.

Por otra parte, se sabe que ya existen miles de personas que nacieron de la masturbación de innumerables donantes. Se sabe que existen seres vivos clonados. Seres que como Jesús han nacido exentos de cualquier actividad sexual. A ello hay que agregarle que nadie ignora el peligro del sida. En consecuencia, la nueva configuración de los mapas del amor está desarticulando la idea de que no consumar con un objeto concreto es siempre desoladora. Además, si el deseo no tiene objeto y lo que imaginamos que es nuestro objeto de deseo es en realidad una representación de algo inalcanzable, podría ser que la representación del deseo, actualmente, comience a ser el medio mismo. Cuando el pensador canadiense Marshall McLuhan anunciaba los tiempos de la globalización, decía “el medio es el mensaje”. Hoy que esos tiempos han llegado, el slogan sería el medio es el deseo. Y, por la atracción que el medio mismo ejerce, independientemente del contenido que transmita, el medio podría significar también una satisfacción momentánea ¿Éste será el destino de nuestro deseo?

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