Sin título...

Ayer cometí un grave error. Ayer fue 22 de septiembre de 2010. Ayer fui grotescamente injusto. Innecesariamente injusto. Ayer me equivoqué.

Siempre creí que la escritura debía ser usada para construir y no para destruir. Siempre creí que las críticas había que hacerlas para mejorar y no para ofender o maltratar al criticado. Siempre creí que el camino del hombre y su relación con el otro tenía que establecerse desde el reconocimiento y ese reconocimiento se tenía que sustentar –a como diera lugar– en la tolerancia y en el respeto a las diferencias. Ayer destruí estúpidamente todo esto en lo que creía.

Ayer ofendí a alguien que es mi familia. Ayer cobardemente me dirigí a él desproporcionadamente. Y al hacer eso, también ofendí a su familia inmediata. Eso es intolerable. Esa conducta me la reprocho tajantemente.

Desde hace mucho, he luchado por contradecir el discurso de la violencia. Por oponerme al descrédito del otro como única alternativa para dirimir diferencias. Desde hace mucho juré no dejarme arrastrar por la inmundicia verbal que corroe al venezolano. Ayer lo hice. Ayer hice todo lo que había jurado no hacer. Ayer agredí como juré nunca hacer. Ayer ofendí en la misma medida en que han ofendido hombres a quienes he adversado por esa conducta. Ayer hice gala de lo peor que un ser humano puede tener: la cobardía.

Ayer se me olvidó que los seres humanos no somos perfectos. Que nos equivocamos y que, en la medida en que nos equivocamos, vamos aprendiendo. Ayer asumí la reprobable conducta de quien cree tener la verdad en la mano. Ayer me creí por un instante ser vigilante de la moral pública y olvidé mi propia conducta moral. Ayer pasó eso y debí suponerlo, ya que, luego de haber hecho lo que hice, algo en mi no me dejaba sentir cómodo. Señal inequívoca de haber cometido un grave error. Hoy me arrepiento de eso.

Me arrepiento de haberme dejado llevar por lo que juré no obedecer. Me arrepiento por haber pisoteado lo que yo mismo he pregonado en torno a la tolerancia, al respeto y a la dignidad del otro. Hoy me arrepiento de ser ejemplo de lo que impide la construcción de la ciudadanía. La ciudadanía no puede construirse si los lazos familiares se debilitan. Yo no los debilité. Yo los rompí con una arrogancia desmedida.

Desgraciadamente, lo hecho, hecho está. Desgraciadamente, las palabras escritas, escritas quedaron. Desgraciadamente, utilicé lo mejor de mí, la escritura, para destruir –o intentar– destruir a otro ser humano que, para variar, lleva mi sangre. Desgraciadamente, yo soy responsable de una cobarde injusticia. Yo que tanto dije y dije y volví a decir de hogares y familias fracturadas por la cosa política. Yo que tanto señalé esa conducta como inmadura y falaz. Hoy me señalo con el dedo.

Me dejé llevar, estúpidamente me dejé llevar. No entiendo por qué. No lo entiendo porque en muchas oportunidades salí en defensa de quien ayer agredí. No lo entiendo porque nunca acepté que se difamara a alguien de mi familia y ayer yo lo difamé. Qué me pasó? No sé. Me reviso y me doy cuenta que no tengo problemas con lo que soy, con lo que tengo, con lo que he logrado, con lo que he hecho. Qué me pasó? Pues que me dejé arrastrar por este océano intolerante que se ha vuelto el país. Coño, y me viene a pasar con alguien de mi familia. No me pudo pasar con el vecino o con el señor del taxi. Tampoco con un alumno o con un profesor. Tampoco con esos desconocidos conocidos del Facebook. No, me pasó con alguien que conozco y a quien ataqué sin ninguna razón. Por qué? Por qué lo hice? Por pura estupidez política que nada tiene que ver conmigo ni con él. No vi sus logros. No vi sus méritos. No vi su trabajo. No medí mis palabras. Tan sólo ese trapo que me cubrió los ojos y que no es rojo como en la propaganda antichavista.

El hombre que describí en ese correo no es él. Ese hombre quizás sea yo mismo. Quizás sea ese Valmore que nació y espero haya muerto ayer mismo. Ese hombre que describí está muy lejos de ser él, mi familiar. Ese hombre no eres tú, Tío Omer. Ese hombre que está en ese correo es uno que representa eso que tanto he combatido. Te pido disculpas públicamente, sabiendo que es poco probable que las tenga de ti y de tu familia. Tú, yo y los que lean esto sabemos que el hombre no funciona de esa manera. Disculpar, perdonar implica olvidar y yo no olvido eso que escribí, mucho menos lo podrás olvidar tú quien fue la víctima de este insensato bombardeo.

Hoy me cuestiono seriamente. Hoy cuestiono mi pensamiento. Hoy me siento a pensar en que si voy a utilizar la escritura para esto, será mejor no escribir más. En estos términos que emplee ayer, no vale la pena nada. Nada consigo. Nada arreglo. Nada aclaro, sólo oscurezco. Ayer me regañó papá, me regañó tío Omar y me regañaron tus hijos. Todos tienen razón. Los comentarios de tus hijos, destemplados, debo aceptarlos porque yo los provoqué. Son lógicos, naturales y válidos. Si los hijos no defienden a sus padres, pues, quién lo hará? Una persona que sea defendida de esa manera tan apasionada y honesta no puede ser ni la mitad de lo que yo escribí ayer. Nuevamente, te pido disculpas ateniéndome a no recibirlas. Te pido disculpas no sólo por lo escrito, sino porque, tus hijos y yo nos hemos escrito mensajes por vez primera para esto. Es totalmente mi responsabilidad.

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