Tres Poemas de Luis Fernando Álvarez -Poeta venezolano-

(Caracas, 1902 - 1952) Poeta y diplomático venezolano. Redactor del rotativo Crítica (1937) y director de la revista Fomento, se dio a conocer por sus composiciones poéticas de signo surrealista, principalmente a través del denominado Grupo Viernes, del que fue uno de sus miembros fundadores. Ocupó diferentes cargos en las legaciones diplomáticas de Filipinas, Honduras y Costa Rica. Su obra gira en torno a la presencia obsesiva de la muerte, la angustia existencial y la soledad. Entre sus poemarios se encuentran Va y ven (1936), Soledad Contigo (1938), Recital (1939), Portafolio del navío desmantelado (1940), Vísperas de la muerte (1940) y Poeta, nube e hijos (1941). Como narrador, dio a la imprenta una recopilación de sus relatos, titulada Retorno a la vida (1933).



TERRITORIO DEL SUEÑO

1

Sin puntos cardinales que orienten el espíritu;

con liturgias de cábala, o de interior de cielo,

o con mágico hallazgo de palimpsesto,

veo tu rostro, denso y profundo, como un emblema.

Nacen en su centro los tifones del mar Índico,

y mueren barcos sin estrellas, fuera de geografías.

Descubro en él ese blando deslizamiento hacia un abismo

de cuando se camina con los ojos vendados.

Siento el peso lento de unos brazos erguidos y abiertos,

de mujeres que lloran solas, ya sin lágrimas;

de crucifijos, cuya cruz se ha perdido,

y ellos siguen clavados -¡oh, por siempre clavados!- en el aire.

Anochecen los campos de batalla, y mariposas viudas

rondan los moribundos, que recuerdan su infancia.

Y un grito postrero de hombre que se ahoga

se asfixia en la noche, entre el cielo y el mar.

2

Tu perfil de Egipto y aquí. Arden astrologías

en hemisferios de nieblas que conservan tu origen,

entre páginas donde signos y cifras

interpretan tu nombre en la tierra de Mu.

De pronto tu perfil –sólo y sin tu cuerpo–

sólo entre nubes negras, que tal vez sean tu traje,

se hunde en tierras de gas y sombras, donde los espíritus

apartan a codazos el misterio, luchando en las tinieblas

entre espesas substancias de almas y astros en ebullición.

Y crece con su fuga, como sombra de tu espíritu,

proyectada por una luna amarga, de esas lunas podridas

establecidas sobre tumbas, que a través de cipreses

hacen hebras de caminos para los muertos que cambian

a cada de rostros y de planeta.

3

Descubro las bocas torcidas de los atormentados;

los cilicios de fanáticos flagelantes;

y salmodias, filtros; y un castillo en lo alto.

Un lúgubre olor a criptas, evadido de fosos y de torres,

viene desde el Medioevo, en ráfagas de grandes membranas;

ráfagas que hinchan las alas de animales nocturnos,

que apagan los cirios que iluminan infolios,

y las velas que arden entre manos de moribundos:

esas velas que siguen alumbrando

detrás de las fronteras de la vida

los viajes de ida y vuelta de las almas.

Ráfagas como perros que aúllan pisados por el diablo,

saltan desde tus ojos, cabriolan sobre escobas en tu rostro;

ululan entre el bosque negro de tus cabellos

donde cuervos que empollan huevos de tinieblas,

huyen –graznando – hacia mi alma,

con galope enfurecido de bisontes.

4

Detrás de todas las puertas y columnas;

a través de los párpados donde el espacio

entrecierra los sueños de los mundos;

desde el subocéano, y desde la razón del árbol

que asiste al nacimiento de los minerales

y a donde el agua ya comienza a ser agua,

me oculto, y veo tu rostro entre constelaciones;

tu rostro –INMÓVIL – como una estalactita suspendida

sobre los polos de tu vida y mi destino.

5

Detrás de mis miradas sin ojos;

detrás de mi voz, que no te habla;

detrás de mis oídos y mis manos

que te sienten y tocan sin tú advertirlo,

estoy copiando el territorio de tu rostro:

tu rostro adicto a un sistema solar de acertijos y dioses;

de estancias submarinas, y dinastías perdidas;

de pirotécnicas, y acróbatas caídos;

de ciudades lacustres, y de mujeres sin alma fija

que huyen perseguidas por nadie en puertos de intenso tráfico;

y de navíos con matrículas de…¡quién sabe dónde!

Va y ven (1936)




5

Yo reposé mi noche en el vientre de la muerte,

y vi, llama ardiendo en mi costado, crecer la espiga de mi dolor

hasta alcanzar los brazos de infinito de esa cruz en que se yergue mi corazón,

preguntando a los mundos por qué me han abandonado

* * *

Yo nunca estuve ausente de tus cicatrices, cisternas de mis lágrimas;

y mis pies se descubrían ante tus zarzas ardientes;

y mis ojos nunca dejaron de morir a cada instante en cada huella de tus llantos;

ni mi voz dejó de nombrarte en cada gota de la sangre de mis heridas.

* * *

Hoy tu silencio esté de centinela en ese olor a musgo seco de tus pañuelos amarillos.

Hoy tus palabras, golpeadas por amargas campanas, periódicas, sollozantes,

encienden sus luciérnagas en mis oídos;

giran, hasta quemarse, alrededor de una llama,

y trepan hasta lo glaciares de mi espíritu, hasta mis congelados litorales,

donde mis barcos antiguos se desmantelan entre auroras boreales soles de medianoche,

y un vasto silencio blanco, como un oso difunto.

* * *

Morados huracanes abaten el girasol de mis brazos, que busca tu presencia;

Rompen las bridas de los arcoíris con que sofreno la cólera del cielo;

ponen a aullar sus órganos nocturnos, sus roncos galopes de tambores salvajes,

con estrépito idéntico al tráfico de astros por mi espíritu,

a la caída de lenguas de fuego sobre mis sienes.

Soledad Contigo (1938)



NEGRA

Las cinturas golpean

los aires densos de la danza.

Entre círculos de hogueras y tambores

la luna de tu vientre

atrae las blandas pisadas de las bestias en celo.

La tierra salvaje huele a tu desnudez, y el viento

sumerge las hojas húmedas y las frutas maduras de tu esencia

en el bíblico olfato de los líquenes.

Tus senos

–senos de Hawai, o de Java;

senos del Turquestán, o senos de lago Niassa–

aeróbatas de oscura resina,

ejecutan su calistenia entre las paralelas de tus brazos.

Y en tus poros (fiebre y lágrimas), cráteres de tus volcanes furiosos

hunde el aire de Cam su perfume teogónico de selva.

En tus axilas, el humo negro de buques petroleros,

despliega sus pesadas hilachas de crimen y aventura;

luego,

saltando tus colinas,

río abajo,

entre obeliscos de ébano

se estanca en esa pólvora espesa de tu sexo.

en la noche tuya brillan los fuegos fatuos de mis manos,

con temblores de belfos de caballos salvajes;

como blancos velámenes

entre la tenebrosa geografía de tus golfos.

La noche tuya está más cerca de mi espíritu, porque la sombra

está más cerca de la eternidad.

La sombra es el estado del mundo antes del mundo,

cuando sin astros,

un dios triste lloraba su soledad infinita.

Regresas al isócrono tam-tam de tus tambores,

sacudiendo tu cuerpo, como el baño de un pájaro;

con piernas de tambor,

ombligo de sarrapia,

caderas de hirvientes alquitranes.

Y los algodoneros estallan en tu boca

sus cápsulas de risa,

con voz opaca y honda,

de ronquera de selva que grita

mirando morir sus dioses de basalto.

El aire exuda luto y fuego. Pardas ruinas lacustres,

retienen mulatas historias de capitanes negreros.

Rechina sus dientes la hojarasca reseca

bajo cuerpos extáticos que tiñen

con semblantes de canciones sus cadenas.

Mientras las boas revuelven el calor con sus giros,

Tu lengua se revuelve, furiosa, mordida por mis perros,

Entre un vaho de hogueras y tambores,

De cinturas y músicas obscenas,

Donde es tu aliento el fuelle de la selva.

Recital (1939)


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