Esta edición de Entre Shandys y Bartlebys está dedicada integramente a mi gran amiga y escritora cubana Vivian Jiménez, y con ella abrimos el 2009, deseándoles a todos lo justamente merecido para este nuevo año.
CURIOSA POR SABER EL DESARROLLO DE UNA aventura en la que ya estaba verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable Bella, me sentí obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no molestarla con mis atenciones, no fuera a despertar su resistencia y a desencadenar un ataque a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven. No trataré de describiros el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo transcurrido desde el momento en que se produjo el enojoso descubrimiento del padre confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la sacristía, con el fin de decidir sobre el sino de la infortunada Bella. Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquélla y llamó. La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral. A un signo del sacerdote Bella entró, permaneciendo de pie f
Bajé por el mamotrético distribuidor de las Delicias en dirección al terminal de pasajeros. Pasé frente a Panoram a y me desvié a la derecha, al pie del puente La Redoma, para entrar en las Playitas a comprar copias piratas de dvd. Entonces uno de esos muchachos que cuidan carros, mejor que los policías municipales y la PR, me hizo señas para que me estacionara. Me dio un cartoncito que indicaba lo que debía pagar y me aseguró que estaba bien “cuidao”, con muchachos y mujer incluidos, añadió, porque Patricia y los niños se negaron a bajarse. «Mucho mollejero» dijo ella ―así que dejé la camioneta prendida para que pudieran estar con el aire acondicionado―, pero si fuera a comprar bisutería, apuesto lo que sea, se habría tirado sin chistar. Total, atravesé la calle extrañando la cola de carros, los cornetazos y las mentadas de madre. La razón de que el tráfico estuviera tan menguado era que estaban comenzando la construcción del primer tramo del Metro de Maracaibo. Había desaparecido la
B escribe un libro en donde se burla, bajo máscaras diversas, de ciertos escritores, aunque más ajustado sería decir de ciertos arquetipos de escritores. En uno de los relatos aborda la figura de A, un autor de su misma edad pero que a diferencia de él es famoso, tiene dinero, es leído, las mayores ambiciones (y en ese orden) a las que puede aspirar un hombre de letras. B no es famoso ni tiene dinero y sus poemas se imprimen en revistas minoritarias. Sin embargo entre A y B no todo son diferencias. Ambos provienen de familias de la pequeña burguesía o de un proletariado más o menos acomodado. Ambos son de izquierdas, comparten una parecida curiosidad intelectual, las mismas carencias educativas. La meteórica carrera de A, sin embargo, ha dado a sus escritos un aire de gazmoñería que a B, lector ávido, le parece insoportable. A, al principio desde los periódicos pero cada vez más a menudo desde las páginas de sus nuevos libros, pontifica sobre todo lo existente, humano o divino, con pes
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