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Cuentos de Clarice Lispector

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Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. ¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor. No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible. Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra. Mejor que Arder Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros. Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada...

La Pasión. Por Gisela Kozak Rovero

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Salimos del amor como de una catástrofe aérea Cristina Peri-Rossi Convencida y vencida, húmeda y anhelante, te contemplo dormida luego de abrir la puerta del cuarto en el que duermes en la casa de una amiga común que se niega a tomar partido en la guerra civil. Tú y yo estamos en bandos distintos y por eso nos separamos hace un año. Hay una tregua y debo hacer un reportaje sobre esta frontera entre la nada y el olvido, pero en realidad estoy aquí porque te sigo amando. Qué cansada debes estar pues ni siquiera apagaste una débil luz amarillenta que tienes en la mesa cerca de tu cama. Tu uniforme militar está arrugado en una silla: una química trocada en guerrera. Hace frío pero tú duermes confiada entre cobijas gruesas que te envuelven y que solo dejan ver una pantorrilla torneada, un brazo finamente musculoso, el cuello. Disfruto tu perfil, la nariz que surge del entrecejo con un trazo contundente y recto. Entro, cierro, me quito la chaqueta de cuero, la dejo en la única silla. Con ter...

Entrevista que le hice al escritor Norberto José Olivar

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1.- Creo que la literatura te ha tratado muy bien, lo cual significa para mí, que ella se ha sentido bien tratada por ti. ¿Qué significa ella en tu vida? Significa contentamiento, pero no felicidad. Me justica, pero no me indulta. Es la única manera de ser honesto. Y te enseña a vivir con la incertidumbre. 2.- Tuviste una incursión fallida en la poesía, es algo que cuentas en el Cadáver Exquisito. Tu despecho poético lo desbocaste en un libro de cuentos llamado El Extraño Caso de Agustín Baralt. Un libro que, recuerdo bien, te trajo muchas satisfacciones. Ahora bien, ¿por qué no has vuelto sobre el cuento? Luego de ese libro he escrito muy pocos cuentos. Ese asunto es misterioso, una vez, con toda una investigación realizada sobre la vida del poeta Ismael Urdaneta, me lancé a escribir su novela, y de pronto, sin explicación, la narración se cerró. Traté de continuar, pero fue imposible, el relato estaba concluido. La novela, entonces, se convirtió en un cuento. Años después, escribí un...

Cadáver Exquisito. Por Norberto José Olivar

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I El único recuerdo que guarda mi cabeza del poeta Hesnor Rivera, se remonta a un día, no sé de qué mes, de mil novecientos ochenta y cuatro. Tenía yo veinte años y estaba en ARS Gráfica, observando cómo Lilia, una guajira larguirucha que manejaba la computadora con la pericia de un hacker, diagramaba unos poemas míos con los que pretendía convertirme, de un día para el otro, en el bardo más reputado de la ciudad. Estaba seguro por ese entonces –quién no con veinte años– de que mis musas no tenían parangón, ni en derredor ni en el pretérito local siquiera. Era yo una especie de Juan García Madero maracucho, pero claro, aún no sabía yo quién era Juan García Madero, ni de su militancia fanática en el realismo visceral. Pero ahí estaba yo –y vean que he escrito «yo» varias veces en las pocas líneas que van–, a punto de provocar un big bang literario en esta chamuscada playa que me ha tocado por casa. En fin, les cuento que se abrió la puerta de la imprenta y el poeta Hesnor Rivera traspus...

Algunos Poemas a Lesbia. Por Catulo

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III Llorad, Venus y Cupidos, y cuantos hombres sensibles hay: ha muerto el pajarillo de mi amada, el pajarillo, cosita de mi amada, a quien ella quería más que a sus ojos; era dulce como la miel y la conocía tan bien como una niña a su propia madre. No se movía de su regazo, pero saltando a su alrededor, aquí y allá, a su dueña continuamente piaba.Este, ahora, va, por un camino tenebroso, a ese lugar de donde dicen que nadie ha vuelto. ¡Mal rayo os parta, funestas tinieblas del Orco, que devoráis todo lo bello!: me habéis quitado tan bello pajarillo.¡Oh mala ventura! Pues, ahora, por tu culpa, desdichado pajarillo, hinchados por el llanto, enrojecen los ojillos de mi amada. II Pajarillo, cosita de mi amada, con quien juega, al que resguarda en el seno, al que suele dar la yema del dedo y le incita agudos picotazos: cuando a mi deseo resplandeciente le place tornarse alegre y aliviarse de sus cuitas, para aplacar su ardor, ¡cuánto me gustaría, como hace ella, jugar contigo y desterrar l...

Poemas de Gonzalo Rojas

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Oscuridad hermosa Anoche te he tocado y te he sentido sin que mi mano huyera más allá de mi mano, sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído: de un modo casi humano te he sentido. Palpitante, no sé si como sangre o como nube errante, por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube, oscuridad que baja, corriste, centelleante. Corriste por mi casa de madera sus ventanas abriste y te sentí latir la noche entera, hija de los abismos, silenciosa, guerrera, tan terrible, tan hermosa que todo cuanto existe, para mí, sin tu llama, no existiera. Las hermosas Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos, turgentes, desafiantes, rápida la marea, pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle, y echan su aroma duro verdemente. Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas ni arcángeles: muchachas del país, adivinas del hombre, y algo más que el calor centelleante, algo más, algo m...

El Terremoto en Chile. Por Heinrich von Kleist

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En Santiago, la más importante ciudad del Reino de Chile, justamente cuando se producía el gran terremoto del año de 1647, en el que tantos seres perecieron, estaba atado a una pilastra de la prisión el español Jerónimo Rugera, acusado de un hecho criminal, a punto de ser ejecutado. Don Enrique Asterón, uno de los nobles más acaudalados de la ciudad, le había echado de su casa hacía poco más de un año, donde se desempeñaba como maestro, cuando descubrió sus relaciones con su única hija, doña Josefa. Como después de haber amonestado a su hija con severidad el noble anciano descubriese una oculta cita que se habían dado, gracias al celo de su orgulloso hijo con este motivo decidió confiar a la joven al monasterio carmelita de Nuestra Señora del Monte. Gracias a una feliz casualidad, Jerónimo había podido reanudar sus relaciones con ella, de manera que en una tranquila noche sirviendo de escena el jardín del cementerio, alcanzaron su total felicidad. En la fiesta del Corpus, cuando partía...