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Mostrando entradas de junio 19, 2011

La Máquina de Narrar. Entrevista a Enrique Vila-Matas, por Julian Gorodischer.

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PARA VILA MATAS, estupidez define al ser contemporáneo Hay que sustituir la palabra realidad por la palabra verdad”, pide Enrique Vila-Matas, autor de Dublinesca , su última novela publicada. En lo que respecta a la verdad, no hay una sola ni es absoluta: hay finitas pero múltiples posibilidades de verdad que se manifiestan en la creación literaria. Lo dice quien pasó de ser catalogado como el escritor de los escritores a ser una rara avis de best-séller, ganador de prestigiosos premios como el Rómulo Gallegos y el Medicis Etranger, afín a esa zona de memoria ficticia en la que lo real permanentemente se entremezcla con la fantasía para constituirse en biografías de seres tan parecidos y a la vez tan distantes al autor como los protagonistas de París no se acaba nunca o la reciente Dublinesca . “Se acerca más a la verdad Franz Kafka –asegura, en una pausa del Tercer Congreso Internacional de Periodismo Cultural, organizado por la revista Cult, con sede en San Pablo– hablando de las

El violín de Tacho. Por Renato Rodríguez (Narrador venezolano)

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Yo nunca supe el verdadero nombre de Tacho. Una vez le pregunté, me contestó con un raro gruñido; no volví a preguntarle más, podría haberse ofendido por mi curiosidad. Tacho era un hombre muy delicado. Una vez su hermano Nicomedes le increpó por el estado de semiebriedad en que se mantenía constantemente y él se sintió tan humillado que juró no volver a pedirle dinero a Nicomedes, ni siquiera en calidad de préstamo. Además, era más fascinante que fuera sólo Tacho y más de acuerdo con las costumbres de allá. Mi nombre nadie lo sabía, yo era sólo el hijo de Rafael y Chabolito era el hijo de Chabolo, a pesar de llamarse Ramón y de que Chabolo se llamaba Salvador y Tacho era Tacho y antes de ser Tacho tal vez fuera el hijo de... yo ni siquiera sé cómo se llamaba su papá. Tacho era músico, tocaba el violín con extraordinaria habilidad y Nino decía que incluso sabía leer música. Yo no sé si era un virtuoso, un gran músico, pero habilidad, eso sí que no se le podía negar, hasta un sordo se l

Ser nosotros mismos. Por Enrique Vila-Matas

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Si sugiero que habría que desterrar el temor a las aventuras individuales y pensar más por cuenta propia, espero no estar pisando la cola triunfal de ningún tuitero. Que nadie se sienta aludido, no estoy hablando de ellos; pueden pues ausentarse ya de estas líneas los tuiteros susceptibles. Sólo decir que las reacciones en la red a mi anterior café Perec me han reconfirmado que Internet es un completo zafarrancho, un brutal embrollo, un pasticciaccio que me recuerda a aquel título de Gadda, Quer pasticciaccio brutto de via Merulana. El hecho es que pensé que desde esta misma sección podía proyectar en la red de Merulana la sombra de un cierto sentido crítico y la tarea ha terminado por revelárseme no como imposible -hay personas que valoro mucho intentándolo-, pero sí decepcionante. Paralelo al de la prensa literaria, he podido entrever el futuro cada vez más acrítico que se va configurando en el gran pasticciaccio. Digo futuro, pero en realidad es presente. Me sorprende y hasta divier