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Mostrando entradas de abril 4, 2010

El extraño caso de Benjamin Button. Por F. Scott Fitzgerald

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I. Hasta 1860 lo correcto era nacer en tu propia casa. Hoy, según me dicen, los grandes dioses de la medicina han establecido que los primeros llantos del recién nacido deben ser emitidos en la atmósfera aséptica de un hospital, preferiblemente en un hospital elegante. Así que el señor y la señora Button se adelantaron cincuenta años a la moda cuando decidieron, un día de verano de 1860, que su primer hijo nacería en un hospital. Nunca sabremos si este anacronismo tuvo alguna influencia en la asombrosa historia que estoy a punto de referirles. Les contaré lo que ocurrió, y dejaré que juzguen por sí mismos. Los Button gozaban de una posición envidiable, tanto social como económica, en el Baltimore de antes de la guerra. Estaban emparentados con Esta o Aquella Familia, lo que, como todo sureño sabía, les daba el derecho a formar parte de la inmensa aristocracia que habitaba la Confederación. Era su primera experiencia en lo que atañe a la antigua y encantadora costumbre de tener hijos: n

Klein y Wagner (Completa). Por Hermann Hesse

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1 FRIEDRICH KLEIN se quedó completamente ensimismado en el tren, después de los rápidos acontecimientos y la excitación de la huida y del paso de la frontera; tras un torbellino de tensiones y de incidentes, de emociones y peligros. Estaba aún profundamente asombrado de que todo hubiera ido bien. El tren corría con extraño ajetreo hacia el Sur — ahora ya no tenía prisa — ; arrastraba velozmente a los pocos viajeros por lagos, montes, cascadas y otras maravillas naturales, a través de ensordecedores túneles y sobre puentes que se balanceaban suavemente. Todo era extraño, bello y algo absurdo, imágenes de libros escolares y de tarjetas postales, paisajes que uno recuerda haber visto alguna vez y que no le interesan. Eso era el extranjero del que ahora él formaba parte; no existía retorno a casa. La cuestión del dinero estaba solucionada, lo tenía allí, lo llevaba consigo, todos los billetes de mil los llevaba guardados en el bolsillo interior. Sin cesar se repetía la idea agradable y tra